miércoles, 11 de enero de 2017

Reflexiones inspiradas en un principio de indignación.

   Nunca comprendí porqué esa indiferencia hacia la intimidad profunda de la soledad del otro. Especialmente a aquella que el otro comparte.
   Como si nos fuera desconocida. Como si nos resultara ajena. ¿Acaso no tenemos todos un pozo negro en nuestro cuerpo interno que está repleto de preguntas, preguntas enormes, enormes y sin respuesta? No se trata de negatividad. Hay momentos en la sensación de flotar en un profundo vacío que deben asemejarse a la sensación de eternidad. ¿Eso no es bello?
   Existe un enorme temor a empatizar con la soledad ajena. Y, sinceramente, pocas cosas me parecen más íntimas que compartir un largo rato de silencio, de soledad, de estar en el mundo, con una persona que se encuentre en el mismo estado vital.
   Los misterios resultan una parte importante de nuestra concepción de la belleza.
   El mundo, la vida, son hermosos, quizá terroríficos en ocasiones, porque son un misterio. E ir en busca de la razón de un misterio tan grande no te llevará a la respuesta del mismo, sino a miles de otras respuestas que considero esenciales para crecer. No sabría decir cuáles, cada uno necesitará unas concretas para sí.
   No todo en la línea de nuestra vida es alborozo y júbilo constante, aunque queramos convencernos de ello o lo tomemos como objetivo. Y es natural. Es equilibrio. Una balanza precisa de ambas partes a un mismo nivel.
   Si somos capaces de abrazar nuestro vacío, nuestra soledad; si somos capaces de vivir una sensación de eternidad sin temor, de aprender a deleitarnos con la pérdida momentánea de la noción del tiempo, de enfrentarnos a nosotros, entonces seremos capaces de sentir los opuestos, la alegría, el amor, la tranquilidad en su esencia más pura. En su medida más perfecta.
   Eso es vivir. ¿No te parece hermoso?

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