Hoy estoy sensible, y es ello sin duda lo que me impulsa a escribir.
Como siempre, voy sin guión preparado, voy improvisando sobre la marcha como si todo este proceso fueran ensayos hasta el día de la representación. Voy a trompicones. Me gusta la palabra
trompicones.
También me gusta agarrar la pintura con las manos y lanzarla contra el lienzo.
Hoy estoy sensible, se nota... Mi cuerpo está en tensión constante, y la música no hace sino anudarme el estómago; me arden los ojos de las lágrimas que no salen.
Es el primer día de un Febrero recién estrenado de un invierno benevolente.
Me entran ganas de llorar con sólo ser consciente de lo frescos y nuevos que son los días, como fruta bien lavada; con sólo ser consciente de que mi visión de la vida es un camino del que no tengo ni la más remota idea de a dónde va a ir a parar. No puedo ver más allá de una zancada.
Me tranquiliza la sensación de que voy a saber esquivar las zarzas. O que voy a saber ver sus moras.
Esa chica morena del espejo... me gusta esa chica. Es bonita. Se le está poniendo roja la nariz, ¿va a llorar también? ¿o va a salir su clown interior?
Es la balanza. Esta sensación no es más que aquella de
llorar de alivio; no estoy acostumbrada a que en ella estén ambas partes equilibradas. Es difícil llegar a ello.
Estoy asustada porque todo está bien, y me resulta tan frágil...
Lo siento todo como si fuera una mariposa, frágiles y de colores espolvoreadas sus alas y de vida efímera entre el calor húmedo y el néctar de las flores.
Y ahora al pensar en el verano vino a mí una melodía de piano...
El estómago hace público su reproche estrujándose con más fuerza dentro de mi.
Hoy estoy sensible.
Hoy estoy viva.