lunes, 29 de agosto de 2016

¿Qué es aquello que lees?

Tiene distintas formas, a placer del que se adquiera.
Fundamentalmente constituido por madera.

Del que hablamos su forma nos es bien conocida:
la del hijo que surgió de la mujer de una costilla nacida.

Contiene cilindros, esferas y óvalos coherentemente distribuidos.
Este ser no profiere sonidos.

Sujeto está por un tubo largo y frío, plateado,
que permite que su figura tenga un aspecto petrificado.

Aquel que lo posea, puede manipular su postura a placer.
Y él, pobre... nada hay contra ello que pueda hacer.

Es utilizado especialmente por gente artista,
ayudándoles a ser reales en un arte especializado en la vista.

Aunque en algunos casos, como en el del mío,
permanece tan sólo como decoración casera, colmado de profundo hastío.


sábado, 27 de agosto de 2016

El pequeño robot que tenía la cabeza descolgada.

Había un robot pequeño.
Pero... ¿pequeño para quién? en un mundo de robots quizás pudiera ser un robot pequeño, pero este no es el caso que estamos relatando.
Éste era un pequeño robot en un mundo de humanos, y su tamaño no distaba del de aquellos con quien coexistía; su forma tampoco era muy diferente. Aún así, era conocido como el pequeño robot.
Este nombre se debía a que, desde el origen de su existencia, hecho totalmente desconocido, llevaba lo que sería su cabeza descolgada de aquello que podríamos llamar su cuerpo; con ello y un andar lento y distante, creaba la imagen de alguien que camina con la cabeza gacha. Como un pequeño anciano, encorvado y triste.
Esa imagen que proyectaba fue la que le dio su nombre.
Era azul.
Su cabeza, unida al cuerpo por un conjunto de tres cables, uno azul, uno rojo y uno amarillo, era arrastrada por las sucias aceras de la ciudad, y chirriaba como lamentando, abatida, su suerte. Los cables eran agarrados con desgana por la mano derecha del robot, como quien pasea un perro salchicha entrado en años.
No hablaba con nadie, y nadie hablaba con él.
Era normal topárselo caminando con su inmutable parsimonia. Siempre andando al mismo ritmo. Nunca aceleraba, nunca se paraba. Al menos, es algo que nadie ha visto.
Paseando tanto en las alamedas vacías cuando el sol caía somnoliento, como en las atestadas calles de el centro de la urbe.
Sin embargo, a pesar de este talante, este robot no fue nunca un elemento que destacara en aquel escenario gris e insulso que era esa gran ciudad. Sencillamente, su existencia teñía la atmósfera de la ciudad de un otoño eterno. Como si el final del sol fuera a llegar en cualquier momento, pero nunca fuera así.
Se conoce que siempre estuvo allí, aunque nunca se supo cuándo fue el comienzo de ese siempre.
Un personaje tan curioso... No obstante no era nadie en la historia de esa ciudad. No era nadie para nadie.
Si tan sólo una persona, una sola, se hubiera parado un segundo a mirarlo. Quizás se habría percatado de todo lo que tenía por contar la imagen de aquel pequeño robot.
La poesía habría inundado la gran ciudad, los cuadros más dispares llegarían al otro extremo del planeta, los libros narrarían historias, cada cual más inverosímil, sobre el desconocido pequeño robot.
Sería un ente célebre.
Quizás incluso le amarían.
Pero...
¿Quién tiene tiempo de parar a mirar, hoy en día, en una gran ciudad, gris, insulsa, apresurada y triste?

viernes, 26 de agosto de 2016

Argentum.


Hay cosas plateadas merodeando.
Las hay. Las he visto... de cuando en cuando.
No te hacen perder apenas tiempo,
tan sólo llegan, brillan un segundo y se van.

Pero si quisiste avistar formas en ellas,
abandona.
Muy presente tienes que ser.
Y parpadear en ese instante puede acabar con tu anhelo de ver.

Algunas de las más hermosas
se pueden encontrar siempre.
Por ejemplo,
en la nana arrulladora de las olas, cuando las acaricia el sol.

Otras son increíblemente fugaces:
como el brillo del mirar de un felino...

Algunas veces,
para verlas,
es necesario olvidarse de que existe una inmensidad.
Y convertirte en una mota de polvo petrificada en el tiempo y en el espacio. Sensible.

Hay veces que relucen
en una melodía vertiginosa e improvisada,
y te aparece de forma tan repentina, sin previo aviso, y ya no existe más.
Sólo el eco instantáneo en la memoria.

Pero no sabes que su luz sigue viva
en las lágrimas que da la emoción por tanta intensidad condensada en un único segundo.

martes, 23 de agosto de 2016

El pasito tambaleante de un niño.


Escuché caer algunos puentes estos días.
Los escuché como un gran silencio que de pronto se hacía, y, de este modo... podía escuchar lo demás. Lo que está vivo.
Toda esa humareda de partículas limpias ¡que danzan como el estallido de una pompa de jabón! es todo cuanto queda en el derrumbe. Y el silencio.
Era tan acogedor en realidad. Todo aquel escenario gris.

Escuché algún que otro puente caer entre mis costillas. Los más recientes ceden por la mandíbula, y
con ansias, y hasta miedosa esperanza... atenta... con el aliento contenido... espero que caigan los que aíslan mi pecho y mi estómago.

Hace bien poco que pisé nuevamente mi templo.
Y me dí cuenta que había cambiado. ¿Tanto me ausenté?... ya no me gusta el chocolate como antes...
Casi dos años ha que abandoné sin intención de hacerlo este templo, ¡creedme, por Dios, cuando digo que quise volver, que lo intenté! 'Intentarlo' era darle una oportunidad al fracaso. Y los puentes no estaban del todo mal... secos, fríos, grises, acolchados, insonoros. Y vacíos.
Hace bien poco que volví; y la hierba ¡seguía verde...! 

Aún se hace difícil permanecer. 
Todavía tengo que hacer esfuerzos para poder entrar y el 'estar' no es aún la dinámica.
Los puentes que quedan cambian los laberintos y se me olvida un sendero que no existe más y entonces hay que inventarse uno nuevo. 
Pero... cada vez que llego levanto un nuevo altar. Limpio y acicalo con flores los otros. Los que han caído quedan tal cual, y, en las tardes de manto naranja, cuentan historias.
Cada día que llego veo que el templo es diferente. Las brisas no tararean igual. Tantas cosas han cambiado...

Quizás, cuando caiga el último puente, pueda volver a escribir un poema.

sábado, 6 de agosto de 2016

Mástil.

Hoy he perdido el control. Hoy me he dado cuenta de que no soy tan fuerte. Hoy he visto, he vivido un límite.
Hoy he sentido en los tendones del cuello, en la garganta rasgada y en el temblor violento de mis manos, la tensión de un cuerpo que no resiste más, al borde exacto de quebrarse.
Hoy, me he dado cuenta de que no soy tan fuerte como para mantener la calma y la salud con toda esta tormenta. Y también me he dado cuenta de que nadie lo es.
Nadie en su sano juicio cometería el intento de suicidio de ser el mástil al que se agarran todos los locos del barco en medio de la tempestad más terrible.
Y menos cuando uno necesita un mástil al que aferrarse también.

lunes, 1 de agosto de 2016

El jardín familiar.

   Sentados todos a la mesa. Es la hora de comer. Es la hora de una gran comida, con la mesa toda repleta de gente querida.
   Con un dulce presente, representante del festivo día en el que alguien nació, razón por la cual estamos... estuvimos todos reunidos una vez.

   Habrá pasado qué, ¿18 años? Y parece mentira que, a día de hoy, sigas siendo tú la única persona que está de espaldas en esta foto.
   Quizás sea verdad que eres el espejo de la consecuencia de todo un dolor padecido por un fragmento de familia perdido, a la deriva, en el otro extremo de un charco inmenso.
   Solo. Fuerte, pero solo.

   Y si bien es verdad que con amor se cura todo, tal vez sea verdad que la falta del mismo queme y rompa. Y, ¿de dónde se saca tiempo para amar como es debido en medio de un desesperado acto de supervivencia? Es un acto de amor en sí mismo, sí, pero... ¿cómo le explicas eso al corazón de un niño?

  La tormenta hace tiempo que amainó, y los músculos poco ha que empezaron a comprender que pueden bajar la guardia; que se pueden curar.
   Ahora todos somos mayores y las preguntas son miles cuando ya no es necesario el instinto. Y abrir la corteza es fácil, pero reestructurar los ritmos internos es un arduo trabajo donde la aparición del pudor, los demonios, y las lágrimas está más que asegurada en el sendero.

   Es tiempo de curar nuestro jardín.