lunes, 15 de septiembre de 2014

Poesía de tierra.

   Es medianoche en parís... y en el resto de Europa.
   Un poeta duerme, con el alma perforada. Y mientras, yo sigo buscando al gabacho que me persigue las poesías. 
   Es injusto para ti... los perros se han vuelto locos, y aúllan a una luna que está desnuda sólo por la mitad. Y yo, ya no busco un gabacho en esta casa ajena. Hace frío. Y de pronto es neutro.
   Te encontré, gabacho, ¡en el cuerpo de otro! ese otro que te ha robado el yo que tú eras... y mientras converso con la gelatina que flota a mi alrededor como la seda más fina y vaporosa de la india, tengo dos montoncitos de arcilla virtual que me esperan en el final de un ciclo. Y me pide, no sin razón, que sea clara, como el agua que suelo ser. 
   Pero no; esta vez soy sirena, y el reflejo de mis escamas no hará más que cegarte. Pero yo te avisé, y tú no quisiste irte.
   Es ya más de medianoche en París... y en el resto de Europa.
   El poeta no duerme, pero tiene frío.
   Y el mar está demasiado lejos.
   Y la luna demasiado fría.
   Y mis ojos cansados.
   Y los tuyos brillan.
   Y eres acero.
   Y yo semilla.
   Sincero...
   Arcilla.
   
   

martes, 2 de septiembre de 2014

Requiem risu.

   Luz que se cuela en el resquicio, esa fue su comisura. Mis pupilas se dilataron en cada ocasión que te vi.
   Quizás la sencillez de una estructura firme; la falta o el exceso de golpes, todo en el caldero con una pizca de sal, pimienta y alguna especia aromática, fue lo que te modeló.
   Era un aura de neblina iluminada por el sol, dorada, la que envolvía la soltura, la inocencia... Jamás hubiera pensado en aquello como andamios.
   Es normal que me sintiera atraída por una visión de la alegría tan genuina; como las moscas se quedan atrapadas en la miel.
   El tiempo del Sol fue un clímax continuado para ti, y creo, ahora, que hubo verdad en esa arena inquieta. Pero, ¡ay! cuando las hojas caen construyendo el puente... No supimos verlo y nos resistimos a cruzarlo. Pero no somos Dioses.
   ... Se perdió al comprobar que la felicidad absoluta no existe. Y se encontró a trompicones y apilando rocas alrededor de la carne blanda.
   Las últimas lágrimas que me diste hablaron por ti y me contaron que habías hecho una elección. Pero una vez diste el portazo, las desvalorizaste dejando mudo su eco.
   Escondí de mis ojos tu sombra, e hice oídos sordos a las nanas de la melancolía; y ahora que ya nada temo y que el espejo se ha desempañado por fin, encuentro que su comisura de marfil ha sido intercambiada por una ceja prepotente, observando desde lo alto.

   ... A lo mejor, allá por el fondo oscuro y húmedo, brille aún un fuego fatuo.