Un poeta duerme, con el alma perforada. Y mientras, yo sigo buscando al gabacho que me persigue las poesías.
Es injusto para ti... los perros se han vuelto locos, y aúllan a una luna que está desnuda sólo por la mitad. Y yo, ya no busco un gabacho en esta casa ajena. Hace frío. Y de pronto es neutro.
Te encontré, gabacho, ¡en el cuerpo de otro! ese otro que te ha robado el yo que tú eras... y mientras converso con la gelatina que flota a mi alrededor como la seda más fina y vaporosa de la india, tengo dos montoncitos de arcilla virtual que me esperan en el final de un ciclo. Y me pide, no sin razón, que sea clara, como el agua que suelo ser.
Pero no; esta vez soy sirena, y el reflejo de mis escamas no hará más que cegarte. Pero yo te avisé, y tú no quisiste irte.
Es ya más de medianoche en París... y en el resto de Europa.
El poeta no duerme, pero tiene frío.
Y el mar está demasiado lejos.
Y la luna demasiado fría.
Y mis ojos cansados.
Y los tuyos brillan.
Y eres acero.
Y yo semilla.
Sincero...
Arcilla.