viernes, 18 de octubre de 2013

Expiró el suspiro que espiré.

LLegada, nuevamente, de otro día de armonía, entré.
En la cabaña donde mi pasado y mi presente se juntan, y mis sueños de futuro yacen.
Y ahí estaba. Tuya. Blanca. Y emergiendo como espuma, reprimí una risa transformándola en sencilla sonrisa. Más no me apresuré.
Con la misma calma que había flotado como neblina, traslúcida, con bellos rayos de luz, ordenadamente le dediqué unos minutos a cada una de las cosas que precisaban realización. Para después dedicarle todo el tiempo necesario.
Como última tarea, me senté con cierta excitación y la empecé. Se resistía a ser tratada con sutileza y se agrietaba aumentando así mi nerviosismo. Lo logré. Pero ese sólo era la primera puerta, la primera llave. Y la segunda era más difícil y quebradiza. Fue con ella cuando descubrí mi exaltación.
También lo logré, no sin respetar las normas allí indicadas, y descubrí que tú también eres un excelente ajedrecista.
Complacida tanteaba con la mirada los esbozos ya perfeccionados de los ecos de las palabras encerradas en tu mente.
Ya dos cuartos de lo completo, terminados. Inspiré profundamente, a fin de tranquilizar este colibrí apasionado, para actuar con el pensar y de manera correcta y no arrastrada por el huracán de inconsciencia ardiente del cual era presa.
Dispuesta, comencé. Qué extraño... ¿Me estás retando? No. Tú no haces eso. Tú invitas.
Una invitación pues. La acepto. El entusiasmo recorre cada fibra de mi ser con un escalofrío de emoción.
Ya está. Me mostraste la puerta y estaba abierta, así que, sin más dilación, me equipé de lo necesario y como si alas brotaran de mis tobillos, corrí; no, volé, sin mirar atrás adentrándome en la lobreguez de la noche, tibiamente iluminada por la fastuosidad de la luna llena.
Con ella en una mano, y mi rosa de los vientos en otra, sabiendo perfectamente hacia dónde dirigirme, apenas llega el aire a mis pulmones, pero yo no advierto tal cosa hasta que mi garganta arde, arañada por el oxigeno que mi cuerpo, desesperado, intenta conseguir.
Aminoro mi paso y comienzo a ser consciente del cansacio corporal. Pero sigo andando, hasta que llego. Sigo los pasos... y no lo veo. No puede ser. Está aquí, lo sé, sé que está... Busco y busco, demasiado centrada en una idea. ¿Obsesionada, quizás? Casi alcanzo la desesperación.
Encuentro de pronto un pie de página; pero no, no me complace, ¡no me apacigua!
Vuelvo a respirar pausadamente y vuelta ya a la serenidad, vuelvo a buscar, sin límites, sin barreras. Y lo encuentro. Sonrío. ¿Ves? Sabía que estaba allí.
Permanezco unos instantes observándolo. Y me siento, bajo su amparo. Todavía queda el final, pero aún me queda valor y me enfrento.
Viendo que no es lo que esperaba, bajo la guardia y me empiezo a sumergir sin darme cuenta, más y más rápido; más y más profundo.
Veo unos labios y los beso. ¡son tus labios! Te beso y te siento, con mucha intensidad. Tanta que una lágrima minúscula logra escaparse de mi pupila encaramándose a mis pestañas y escondiendose en su espesura.
Ya separada de tus labios, aflojo mis músculos y apoyo mi espalda en la pared de piedra, cerrando los ojos, sonriendo al cielo, y respirando como ondas. Inspiración que abarca más que mi yo, y espiración que se hace cada vez más grande hasta difuminarse.
No recuerdo si caminé, si floté, si nadé en el asfalto o simplemente deambulé, sólo recuerdo que llegué a casa, que era más que suficiente.