martes, 21 de noviembre de 2017

Amar como niños.


   En el reflejo virtual
del golpe de amor primero,
en el estallido mismo del
recuerdo, supe;
que no creció la forma en que
lo veo.

   Y otra vez soy una niña con
el pelo largo como un hada,
y la ingenuidad, y el romanticismo oscuro y
húmedo, contemplativo,
introspectivo,
interno...
a flor de piel

   El saberme mía,
el saber que todo el tumulto estomacal
es mi secreto, y mi tesoro...
y jamás entregarlo por entero
de una vez,
sino, tal vez, darte una flor un día,
espejo de mi entero afecto al desnudo,
y ser fantasma los seis restantes.

   Me siento derramada
con el aceleramiento adulto.

   Ya no hay tiempo para los procesos;
ya no hay tiempo de plantar semillas
y sencillamente regar
y esperar.
Sin sexo, sin labios ensalivados...
sin respiraciones histéricas y carne caliente en
las manos.

   Ya no hay tiempo de amar como niños:
desde el compartir las experiencias;
desde el jugar con uno mismo, en compañía.
En su compañía.
Desde el deleite de contemplar al otro
sin invasión física.

   Amar sin compartir, al principio,
el gozo íntimo de amar,
por primera vez,
a otro que no eres tú.

Bomba de humo colombiana.


   Aunque el piso de arriba
comprenda,
mi engranaje echó humo
cuando tu presencia pudo haber sido
perfectamente
un holograma de
una conversación ajena.

   Y no sé si comprender este acto
como un derrumbe, o si
aquello fuiste tú
colocando la primera piedra
sin saberlo.
(Para un muro o para un reino)

   Hoy, tras la barrida caudalosa
de la tormenta nocturna que ayer
azotó nuestra estructura,
vi claro, sentí claro,
lo esencial y sin sentido de tu realidad
en mi presente.

   Aunque hoy fueras un fantasma,
una bomba de humo colombiana.

   En el momento en que rugió
tu marcha
se me cayó un trocito del corazón
al piso; espero
que aquel que había resultado
dañado contigo.

martes, 14 de noviembre de 2017

Tin-tineo.


   Una burbuja de nube
en tu mejilla;
dentro.

   Salpicado de motas
canela, el contorno inferior de
tu mirar
casi seguro.

   El tintineo en tu timbre,
liviano, pequeño y
soprano.

   Son fragmentos que
aparecen, y que me desaparecen
por instantes.

   Y me alejo, entonces,
unos pasos,
para contemplarte entero.

   Y me acerco, entonces,
otros pasos,
para mirar tu adentro.

   Asumo ser sencilla
e ingenua en mi
d-escribirte.

   Este poema es tan
cristalino
como un arroyo recién nacido.

   Porque así te veo,
y así te quiero
ver.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Salto al vacío.


   Lloré mi mayor verdad a moco tendido
deslizando palabras virtuales
desde un latido hace años hecho trizas.

   Y sin embargo, luego de pulsar enter,
me sentí en paz con mí... conmigo.

   Aborrecí ser formal y atada como fui siempre,
y decidiéndolo entre toda la sal que me
encharcaba las mejillas,
vomité una papilla con olor a años de ausencia.

   Ausencia de mí, y de vosotros en mí también.

   He buscado toda mi vida esos giros que marean,
me he trepado a las alturas para aterrorizarme
en mi propio vértigo,
sin saber, sin querer ver, que está en vosotros
mi dragón más temible.

   Esta noche, os enfrento con mi espada
y la capa de la distancia, siendo, tal vez, cobarde este hecho.

   Y sin embargo, todavía tiemblo como si tuviera
nueve años.
 
   Ignorar qué será después de la lectura de mi erupción 
genera en mi centro un chisporroteo interno que me salpica de luz,
de posible esperanza;
su batir me susurra, aun cuando las pestañas me pesan
tras el baño de mar.


   Quizá esta noche pueda descansar.
   Y quizás pueda, tras hoy, también todas las demás.