martes, 21 de noviembre de 2017

Amar como niños.


   En el reflejo virtual
del golpe de amor primero,
en el estallido mismo del
recuerdo, supe;
que no creció la forma en que
lo veo.

   Y otra vez soy una niña con
el pelo largo como un hada,
y la ingenuidad, y el romanticismo oscuro y
húmedo, contemplativo,
introspectivo,
interno...
a flor de piel

   El saberme mía,
el saber que todo el tumulto estomacal
es mi secreto, y mi tesoro...
y jamás entregarlo por entero
de una vez,
sino, tal vez, darte una flor un día,
espejo de mi entero afecto al desnudo,
y ser fantasma los seis restantes.

   Me siento derramada
con el aceleramiento adulto.

   Ya no hay tiempo para los procesos;
ya no hay tiempo de plantar semillas
y sencillamente regar
y esperar.
Sin sexo, sin labios ensalivados...
sin respiraciones histéricas y carne caliente en
las manos.

   Ya no hay tiempo de amar como niños:
desde el compartir las experiencias;
desde el jugar con uno mismo, en compañía.
En su compañía.
Desde el deleite de contemplar al otro
sin invasión física.

   Amar sin compartir, al principio,
el gozo íntimo de amar,
por primera vez,
a otro que no eres tú.

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