martes, 28 de mayo de 2013

Ojos de Cielo.

Azul. Azul celeste, puro, limpio y suave.
Brillante e iluminado. Brilla sin reflejo. Opaco pero alegre. Lúcido y feliz.
¿Qué más me ofreces?, ¿Me ofreces calma, armonía? ¿Me ofreces cordura? Dímelo, dime que me ofreces la oportunidad de poner los pies en la tierra. Dime que soplas mis mejillas sonrojadas y calmas el calor que asedia mi rostro con suave brisa de la tarde. Con sólo una mirada de esos ojos... que no es mirada, es vida que fluye, energía positiva que fluye sin descanso.
Polo opuesto. Complementarios.
Una sonrisa eterna que tiene vida propia. Resplandeciente como un astro, como el propio sol. Es alegría.
Todo luz.

¡Colibrí, colibrí! tu aleteo me agota, me deja sin energías. Tu revoloteo desordena el espacio de mi interior, el cual se hace más pequeño... ¿o eres tú, colibrí, el que se hace más grande dentro de mí?
Calla, calla. Silencia tu canto, canto henchido, que revienta, que cree morir de tanta risa sin razón de ser, carcajadas sanas que luchan por escapar a cada segundo de un cuerpo oprimido. ¡Es real, es real! Lágrimas tan calientes como la calidez que ofrecen las imágenes que por mi mente pasan sin ser invitadas.

¿Qué más? ¿Hay más? No se puede explicar. ¿Para qué? Ya se conoce. Es siempre el mismo y siempre único. Cada astro en el cielo, cada estrella parece igual a la otra... no lo son. Lo mismo ocurre. Pero aun siendo el castellano uno de los idiomas más ricos en cuanto a cantidad de palabras siempre son las mismas las que te dan vida, las que te describen: sentimiento profundo. ¡Por qué no habrán más!, ¡infinitas, quiero infinitas! como aquello que ahora corre por mis venas tan deprisa que me marea y me hace estúpida.

Siempre ahí, en los rayos del sol más fuerte. Siempre presente, pero sin estar. En una burbuja que no veía más que por encima. Claro que te vi. Día tras día, sin reconocerte. Sin conocerte. Hizo falta la tormenta interior y exterior más fuerte que asedió mi vida para que abriera los ojos al mundo que tenía delante y dejar de mirar al que ya no existía y al que todavía no había llegado. Necesité fuerte granizo golpeándome en la cara para despertar con lágrimas en los ojos y ver que en realidad merece la pena salir de vez en cuando de la cueva cálida para ver la primavera despertar y no ivernar en un eterno invierno propio. Que la luz del sol de vez en cuando hace bien.

Y esa nana, que resuena dando vida a las palabras, a las frases que se escriben solas y reflejan lo que dentro de mi está despierto, es tuya.
Y mía.