Después de mezclar dos cosas que no deben mezclarse, la electrocutación ciega y los temores nublados, pienso en ella.
Y me pongo triste.
Todavía no aprendí a ver los finales más que habiendo pisado el confeti, ya en el suelo, de la fiesta de despedida.
Y de todos los finales, el más común en mi esencia, es aquél que sólo me rodea a mi.
Ahora nos separa una barrera de cristal blindado, y mi voz no suena más que el humo, a través de él.
Ya me he chocado unas 3 o 4 veces.
Y me duele la cabeza y el pecho. Una por fuera, y el otro por dentro.
A veces necesito un día gris para darme cuenta de que estoy triste.