lunes, 5 de diciembre de 2016

El miedo da la cara, eres tú la que se oculta.

   Cuando el frío aproxima sus pasos en mi dirección, sé que debo estar alerta de mí misma.
   Es el final de un ciclo, lo más parecido que vivo año a año a la muerte. A una muerte solitaria. Y elijo esa soledad, pues me mata aún más deprisa y sin piedad toda esa algarabía hipócrita que se genera alrededor de la vida mía. Y me envuelve la melancolía, en su manto de tibia eternidad temporal.
   Dormiría las noches y pasaría los días adormecida en la borrosidad de los días nublados.
   Y todas estas preguntas… ya no sé si su origen es mi tristeza profunda o si realmente existen como inquietud arraigada a mis entrañas. O quizá ambas.
   Lucho para no pensar constantemente en mi anhelo de un futuro que diste de este presente emocionalmente húmedo, y sin embargo este constante vivir segundo a segundo hace que éstos se alarguen como una enorme goma elástica que se enrolla en mi pecho y cada vez me cuesta un poco más respirar.
   Cómo construir la vida con una identidad fragmentada y con tantos temores.
   Tengo miedo. Tengo miedo a morir.
   Tengo miedo a morir sin haber vivido. Tengo miedo a morir sin haber salido de esta casa, sin haber viajado lo que quiero viajar, sin haber estudiado todos los artistas que me quedan por descubrir. Tengo miedo a morir sin llegar a ser la artista que anhelo ser, sin que me haya dado tiempo a tener hijos contigo, ni crecer contigo a mi vera. Tengo miedo a vivir. Tengo miedo a vivir con este miedo toda mi vida. Tengo miedo a aceptar la muerte y como gracia del destino morir entonces.

   Tengo miedo a que la vida que vea pasar si muero ahora sea toda esta tristeza que ha inundado mi corta historia por la tierra. Tengo miedo a morir sin haber vivido. Porque siento que todavía no he empezado a vivir.

miércoles, 26 de octubre de 2016

ROMPER.

Los malos sueños de la noche
siguieron por la mañana y a lo largo de todo el día.
Por la noche ya no quedaba otra opción que el clímax inevitable,
y con él mi odio profundo a que estés tan lejos.


No necesito dar explicaciones,
sólo QUIERO que estés aquí y ahora,
lo suficientemente cerca
como para poder recibir una llamada tuya.


Y que me escuches y no tener que escuchar yo
todos esos ‘consejos’ que me das que no me sirven.
Quiero que aprendas, hay veces que necesito que me escuches gritar
como si estuviera gritándole a mi reflejo en el espejo.

Daría la mitad de mi alma por que,
un solo día,
fueras capaz de vivir conmigo todo el descontrol.
Por poder viajar juntos en mi tormenta.



Hay veces que necesito que no haya solución
para poder estallar, sentir, vibrar y vivir toda esta intensidad.
¡Toda esta inmensidad!
Tan sólo una llamada tuya. Tu voz y yo llorar sin miedo.

sábado, 22 de octubre de 2016

La ropa que espera al día siguiente.

   Desde muy pequeña, desde antes incluso de poder recordar, he tenido esos fantasmas coloridos esperándome, día tras día, sin que pasara uno en que no fuera de este modo, y hoy no pinta diferente la ocasión.
   A punto de un viaje de negocios; pudiera llamarse así, pues ya todo es un negocio a estas alturas de la evolución humana. Incluso... más bien más que nada, el amor mismo.
   Como iba diciendo, a punto ya de un viaje de negocios, el fantasma, en su versión adulta, estaba allí estirado, esperándome. Expectante.
   Me iba de viaje y aquella persona lánguida, sin cabeza, pero exquisitamente vestida, esperaba ansiosa, pues no le tocaba una velada común: había de esperar 4 jornadas a que mi cálido cuerpo penetrara en ella para poder cobrar vida.
   Me miraba intensa e interrogativa. ¿Qué es tan importante para que tenga que esperar más tiempo para vivir?
¿Qué podía hacer yo? No tenía tiempo para parar, sentarme y explicarle la situación. Uno tiene una vida y parece que no puede pararse a dar explicaciones cuando se vive en un mundo donde se es esclavo de las agujas del reloj. ¿Cómo explicarle que estaba preparada, y que, aún así, vería pasar a sus compañeras durante cuatro jornadas vivir antes que ella?
   Se trataba de un tema un tanto peliagudo, así que preferí no decirle nada y esperar a que, cuando le tocara el turno, entendiera que, a veces, vale la pena sencillamente esperar sin respuestas. Muchas veces, tras ello, viene un gran acontecimiento.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Historias Tristes.

Cada vez que escucho Gnosisenne nº 1 de Satie recuerdo Noruega.
Ese aroma a frío. Esa oscuridad casi perenne. Los bosques del norte tenían siempre nieve, virgen de seres humanos.
Recordar siempre me daba tristeza. Aún al cobijo de atardeceres cobrizos como los de París y acompañado por el café negro, un alma Norte no se cura fácilmente. Aunque volver pueda significar la muerte completa de un corazón ya demasiado podrido, muchas veces resistir el impulso es casi agónico.

¿Por qué las historias más tristes ocurren en los lugares más fríos?
Había pasado ya 18 años y ni siquiera el café más negro y robusto era capaz de camuflar el olor de su pelo. Yo seguía intentándolo, aunque intuyo que a estas alturas ya era por pura inercia. Era mucho menos dolorosa una mixtura que la bofetada del aroma helado, puro, eterno.

Nunca debí salir. Y nunca debí volver. Al menos no sin él.
Todavía recuerdo las palabras inteligibles y a gritos de las bestias mientras yo corría. "¡Cobarde, Cobarde!" pensaba mi segundo discurso interno mientras el primero gritaba "¡Corre, sobrevive!".
Nunca logré transformarlo en una excusa.

Si las tragedias sucedieran como consecuencia de grandes actos, tal vez el que sigue viviendo podría tener un equilibrio en sus recuerdos; perdonarse quizás, algún día...
Cómo no culparse a cada despertar; cómo no terminar ebrio cada noche para poder cerrar los ojos en una paz ficticia.

Los celos... Sin la existencia de esos celos no habría atravesado aquella puerta, ni hubiera corrido, ¡santo dios!, como un inconsciente hacia el bosque, en la negrura. ¿¡En qué estabas pensando!?
No había traición, no la había... y yo, ciego, enamorado, herido, desquiciado, preferí morir a creer saberme engañado por mi amor, dueño y señor de mi corazón y mi ser completos.
No hubo traición, pero sí hubo muerte.

El café todavía me sabe suave, a pesar de ahogarme en su amargura.
Sigo siendo el mismo cobarde de siempre, pues no he sabido darme el final que a mí me tocaba, ¡por insolente!, en lugar de a mi amor.
No, no merezco un reencuentro, allí donde quiera que se vaya después de la muerte. Allí donde quiera que se encuentre...
Este es mi castigo: una vez aniquilados los celos, pereció también mi capacidad de amar, todo junto a aquél al que amé.

Es curioso cómo las historias felices no duran apenas en la historia, y las historias tristes viven para siempre en la memoria.

https://www.youtube.com/watch?v=PLFVGwGQcB0

lunes, 12 de septiembre de 2016

Falsamente encontrada encuentro que mi camino es ir perdida.

Ya me dijo una vez un antiguo amor algo parecido, más no recuerdo exactamente las palabras que decía la canción.
Algo así como 'ella camina sin saber a dónde va/sin saber quién es, pero camina con paso firme'.
La razón de estar perdida todo este tiempo no fue, quizás, sino el no haber permitido aflorar la naturaleza de mi vivir.
¿Y si no funciona tener una carrera y un trabajo de un único oficio?
¿Y si soy nómada?
¿y si me toca ser versátil y vivir mil vidas en una?
¿y si ésta es la última...?

Tal vez no encaje en mí ser fiel a un único amante artístico.
Tal vez aún sea demasiado joven, pero me siento tan vieja...
Tal vez morí y no hago más que buscar la luz para volver a salir del vientre.

... algo dentro de mí se apacigua con el sencillo pensar 'No hay etiquetas'.
Sólo hay brisa y vendaval.

martes, 6 de septiembre de 2016

No.


Estimado silencio mío,

  A ti, que me has acompañado en mis peores momentos, que infinidad de veces los convertiste en los mejores, me dirijo ahora, con el deseo de que puedas perdonarme.
   Perdóname por no haberte dado mi atención, por no haber confiado en tu dureza y en tu frío saber.
   Perdóname por haber rechazado tu compañía, tu magnífica enormidad. Tu abrazo apaciguador.

   Soy consciente de que has sido un compañero noble; las mejores canciones, las mejores poesías, los mejores 'mirar al techo', la paz... siempre vinieron de la mano tuya.

   Olvidé saber escucharte. Saber estar. Contigo.

   He tenido tanto ruido en mi cabeza últimamente que no he podido quedar apenas contigo para vernos, y te prometo que lo he deseado infinidad de veces. Pero he sido cobarde, y en los pocos encuentros que hemos tenido me asusté y no tarde en excusarme y volver a mi cabeza. A mi ruido.

   No es tan fácil salir del ruido, ¿sabes? Llega a ser tan penetrante que aturulla los sentidos y se convierte en tu mullida zona de confort. Y de ahí, da pavor salir a la inmensidad. A una inmensidad vacía.

   Porque eso eres tú, silencio. La hoja en blanco del artista.

   Hace bien poco que empecé a lograr abrirme paso entre tanto ruido y tanta tormenta, ¡Y conseguí mecerme al son de un oleaje sereno y silencioso!
   Pero hoy, en el bus, sin querer, me llené de ruido otra vez.

   Podrás bien darte cuenta de esto al percibir lo mediocre que es esta carta-poética que intento escribirte. porque no logro escucharte, y mucho menos escucharme a mí.
   Te aprecio realmente, y de veras voy hacia ti.


P.D.: Hoy, a pesar y a raíz quizás de tanto ruido, encontré la palabra que me ayudará, con el tiempo, a reencontrarme contigo.

sábado, 3 de septiembre de 2016

La caja torácica.

En esta jaula de blancos barrotes, y rojas y densas cortinas, se encierran los tambores.
Tambores que anuncian qué acontece.
Tambores que son capaces de hacerte escuchar el mar en una crisálida de coral.
Tambores que pueden desvelarte cuán irrevocablemente caíste a los pies de un amor.
Tambores que entregan el calor indispensable para un infante que no posee ni una jornada de vida.
Tambores que se transforman en cuerdas que te asfixian cuando el corazón se parte.
Tambores que pueden escucharse cuando todavía nadas en la caverna materna.
Tambores cuyo silencio puede significar la muerte.

Son tambores, al fin y al cabo, de la caja de pandora.

lunes, 29 de agosto de 2016

¿Qué es aquello que lees?

Tiene distintas formas, a placer del que se adquiera.
Fundamentalmente constituido por madera.

Del que hablamos su forma nos es bien conocida:
la del hijo que surgió de la mujer de una costilla nacida.

Contiene cilindros, esferas y óvalos coherentemente distribuidos.
Este ser no profiere sonidos.

Sujeto está por un tubo largo y frío, plateado,
que permite que su figura tenga un aspecto petrificado.

Aquel que lo posea, puede manipular su postura a placer.
Y él, pobre... nada hay contra ello que pueda hacer.

Es utilizado especialmente por gente artista,
ayudándoles a ser reales en un arte especializado en la vista.

Aunque en algunos casos, como en el del mío,
permanece tan sólo como decoración casera, colmado de profundo hastío.


sábado, 27 de agosto de 2016

El pequeño robot que tenía la cabeza descolgada.

Había un robot pequeño.
Pero... ¿pequeño para quién? en un mundo de robots quizás pudiera ser un robot pequeño, pero este no es el caso que estamos relatando.
Éste era un pequeño robot en un mundo de humanos, y su tamaño no distaba del de aquellos con quien coexistía; su forma tampoco era muy diferente. Aún así, era conocido como el pequeño robot.
Este nombre se debía a que, desde el origen de su existencia, hecho totalmente desconocido, llevaba lo que sería su cabeza descolgada de aquello que podríamos llamar su cuerpo; con ello y un andar lento y distante, creaba la imagen de alguien que camina con la cabeza gacha. Como un pequeño anciano, encorvado y triste.
Esa imagen que proyectaba fue la que le dio su nombre.
Era azul.
Su cabeza, unida al cuerpo por un conjunto de tres cables, uno azul, uno rojo y uno amarillo, era arrastrada por las sucias aceras de la ciudad, y chirriaba como lamentando, abatida, su suerte. Los cables eran agarrados con desgana por la mano derecha del robot, como quien pasea un perro salchicha entrado en años.
No hablaba con nadie, y nadie hablaba con él.
Era normal topárselo caminando con su inmutable parsimonia. Siempre andando al mismo ritmo. Nunca aceleraba, nunca se paraba. Al menos, es algo que nadie ha visto.
Paseando tanto en las alamedas vacías cuando el sol caía somnoliento, como en las atestadas calles de el centro de la urbe.
Sin embargo, a pesar de este talante, este robot no fue nunca un elemento que destacara en aquel escenario gris e insulso que era esa gran ciudad. Sencillamente, su existencia teñía la atmósfera de la ciudad de un otoño eterno. Como si el final del sol fuera a llegar en cualquier momento, pero nunca fuera así.
Se conoce que siempre estuvo allí, aunque nunca se supo cuándo fue el comienzo de ese siempre.
Un personaje tan curioso... No obstante no era nadie en la historia de esa ciudad. No era nadie para nadie.
Si tan sólo una persona, una sola, se hubiera parado un segundo a mirarlo. Quizás se habría percatado de todo lo que tenía por contar la imagen de aquel pequeño robot.
La poesía habría inundado la gran ciudad, los cuadros más dispares llegarían al otro extremo del planeta, los libros narrarían historias, cada cual más inverosímil, sobre el desconocido pequeño robot.
Sería un ente célebre.
Quizás incluso le amarían.
Pero...
¿Quién tiene tiempo de parar a mirar, hoy en día, en una gran ciudad, gris, insulsa, apresurada y triste?

viernes, 26 de agosto de 2016

Argentum.


Hay cosas plateadas merodeando.
Las hay. Las he visto... de cuando en cuando.
No te hacen perder apenas tiempo,
tan sólo llegan, brillan un segundo y se van.

Pero si quisiste avistar formas en ellas,
abandona.
Muy presente tienes que ser.
Y parpadear en ese instante puede acabar con tu anhelo de ver.

Algunas de las más hermosas
se pueden encontrar siempre.
Por ejemplo,
en la nana arrulladora de las olas, cuando las acaricia el sol.

Otras son increíblemente fugaces:
como el brillo del mirar de un felino...

Algunas veces,
para verlas,
es necesario olvidarse de que existe una inmensidad.
Y convertirte en una mota de polvo petrificada en el tiempo y en el espacio. Sensible.

Hay veces que relucen
en una melodía vertiginosa e improvisada,
y te aparece de forma tan repentina, sin previo aviso, y ya no existe más.
Sólo el eco instantáneo en la memoria.

Pero no sabes que su luz sigue viva
en las lágrimas que da la emoción por tanta intensidad condensada en un único segundo.

martes, 23 de agosto de 2016

El pasito tambaleante de un niño.


Escuché caer algunos puentes estos días.
Los escuché como un gran silencio que de pronto se hacía, y, de este modo... podía escuchar lo demás. Lo que está vivo.
Toda esa humareda de partículas limpias ¡que danzan como el estallido de una pompa de jabón! es todo cuanto queda en el derrumbe. Y el silencio.
Era tan acogedor en realidad. Todo aquel escenario gris.

Escuché algún que otro puente caer entre mis costillas. Los más recientes ceden por la mandíbula, y
con ansias, y hasta miedosa esperanza... atenta... con el aliento contenido... espero que caigan los que aíslan mi pecho y mi estómago.

Hace bien poco que pisé nuevamente mi templo.
Y me dí cuenta que había cambiado. ¿Tanto me ausenté?... ya no me gusta el chocolate como antes...
Casi dos años ha que abandoné sin intención de hacerlo este templo, ¡creedme, por Dios, cuando digo que quise volver, que lo intenté! 'Intentarlo' era darle una oportunidad al fracaso. Y los puentes no estaban del todo mal... secos, fríos, grises, acolchados, insonoros. Y vacíos.
Hace bien poco que volví; y la hierba ¡seguía verde...! 

Aún se hace difícil permanecer. 
Todavía tengo que hacer esfuerzos para poder entrar y el 'estar' no es aún la dinámica.
Los puentes que quedan cambian los laberintos y se me olvida un sendero que no existe más y entonces hay que inventarse uno nuevo. 
Pero... cada vez que llego levanto un nuevo altar. Limpio y acicalo con flores los otros. Los que han caído quedan tal cual, y, en las tardes de manto naranja, cuentan historias.
Cada día que llego veo que el templo es diferente. Las brisas no tararean igual. Tantas cosas han cambiado...

Quizás, cuando caiga el último puente, pueda volver a escribir un poema.

sábado, 6 de agosto de 2016

Mástil.

Hoy he perdido el control. Hoy me he dado cuenta de que no soy tan fuerte. Hoy he visto, he vivido un límite.
Hoy he sentido en los tendones del cuello, en la garganta rasgada y en el temblor violento de mis manos, la tensión de un cuerpo que no resiste más, al borde exacto de quebrarse.
Hoy, me he dado cuenta de que no soy tan fuerte como para mantener la calma y la salud con toda esta tormenta. Y también me he dado cuenta de que nadie lo es.
Nadie en su sano juicio cometería el intento de suicidio de ser el mástil al que se agarran todos los locos del barco en medio de la tempestad más terrible.
Y menos cuando uno necesita un mástil al que aferrarse también.

lunes, 1 de agosto de 2016

El jardín familiar.

   Sentados todos a la mesa. Es la hora de comer. Es la hora de una gran comida, con la mesa toda repleta de gente querida.
   Con un dulce presente, representante del festivo día en el que alguien nació, razón por la cual estamos... estuvimos todos reunidos una vez.

   Habrá pasado qué, ¿18 años? Y parece mentira que, a día de hoy, sigas siendo tú la única persona que está de espaldas en esta foto.
   Quizás sea verdad que eres el espejo de la consecuencia de todo un dolor padecido por un fragmento de familia perdido, a la deriva, en el otro extremo de un charco inmenso.
   Solo. Fuerte, pero solo.

   Y si bien es verdad que con amor se cura todo, tal vez sea verdad que la falta del mismo queme y rompa. Y, ¿de dónde se saca tiempo para amar como es debido en medio de un desesperado acto de supervivencia? Es un acto de amor en sí mismo, sí, pero... ¿cómo le explicas eso al corazón de un niño?

  La tormenta hace tiempo que amainó, y los músculos poco ha que empezaron a comprender que pueden bajar la guardia; que se pueden curar.
   Ahora todos somos mayores y las preguntas son miles cuando ya no es necesario el instinto. Y abrir la corteza es fácil, pero reestructurar los ritmos internos es un arduo trabajo donde la aparición del pudor, los demonios, y las lágrimas está más que asegurada en el sendero.

   Es tiempo de curar nuestro jardín.

miércoles, 22 de junio de 2016

Estado del Paciente:

   La gente corre por el andén.
   De un lado para otro, como hormiguitas ajetreadas.
   Mientras, yo las observo como viendo caer sencillas hojas en otoño. Su actividad se me antoja intrascendente.
   Los días han pasado y pasan como un yogur infestado de frutas: sabrosos.
   Un día se dijo de mi poesía que eran "muchas palabras todas juntas". Y era cierto, porque siempre tendí a estar henchida de ellas; igual que el yogur, lleno de...
   Nunca había estornudado por cansancio.
   Los despertares se me han presentado jubilosos y frescos, como el rocío cuando lava la carita de las flores que primero se despiertan.
   La noche, en cambio, me arropa con un manto negro en forma de brisa nocturna, de esas que calman la temperatura elevada de la piel, con la que podrían abrazarse a muchas personas, pero, por suerte o por desgracia, estoy sola en este abrazo.
   Hoy me sentía realmente hermosa. Atrayente como el olor a asado cuando se tiene hambre. Despampanante. Fresca y bella... y en medio de toda esa armonía para con el mundo y mi amor propio, vi a una mujer, mayor, llorar en el andén.
   No supe sentirme completamente bella después de sentir que yo no podía hacer nada.
   El trabajo del melancólico está en aprender a discernir cuándo lo que le invade es tristeza, y cuándo cansancio.
   Se disfrazan muy parecido.

jueves, 19 de mayo de 2016

Tks

   
Es sencillamente que no lo comprendo.
   Y quizás sea que no quiero comprenderlo, porque... tal vez, no sea necesario.
   Simplemente fue, y se congeló.
Nunca sabré qué clase de amor es el que siento por ti.
Y no sé si me alejo porque eres la persona que más daño real puede hacerme.
No sé si es que odio que puedas vivir sin mí.
Pretendo mantenerte en un frasco, como un recuerdo fosilizado en el momento exacto en el que fue tan intenso todo.
Ahora tan sólo eres una realidad alternativa que descarté. 
Eres la única persona que haría todo conmigo. Y por eso me duele tanto que yo no sea la única con la que harías todo tú.
Nunca terminé de entender qué era yo para ti. No quería ser sólo un "bicho raro muy mono".
Seguimos exactamente iguales; y somos exactamente diferentes.

Al final, terminaste por convertirte en mi luna. Qué ironía.

   

domingo, 10 de abril de 2016

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  Había una vez, una chica que tenía el pelo castaño oscuro, y una extraña y sin razón pasión por las personas de cabello de cobre. Pero, aunque cualquier pelirrojo/a natural es y era válido, los más especiales tenían características concretas. Tienen que tener el pelo rizado, los ojos claros y pecas merodeando las mejillas y la nariz.
   Desde muy pequeña quería casarse con un japonés porque le gustaban los chicos con rasgos afeminados y con los ojos malamente conocidos como "achinados". Le gustaba lo andrógino, y los pómulos marcados. Y labios gruesos, a ser posible.
   Érase una vez que se era, una niña que lloraba con las películas de amor, y se enfadaba, dolorida, porque al final de la película, el niño y la niña no acababan juntos, enamorados. Después de todas esas aventuras, de plantar y devolverle la vida a un jardín, ¿van y no acaban juntos? ¡vaya estafa!
   Había una vez una chica que admiraba a otra niña de su clase, y le regalaba su admiración a través de dibujos, porque soñaba con ser como ella porque tenía todas las condiciones y virtudes (salvo alguna, como la modestia) que ella quería tener, sin ser consciente de que ella también las tenía todas; pero no las veía, porque tenía los ojos mirando hacia la niña rubia de ojos azules que gustaba a todo el mundo. O eso creía ella.
   Érase una vez, una niña que quería enamorarse. Que no sabía nada del amor, y lo sabía todo. Pero le gustaba más sentir el amor en su soledad. De lejos, sin correspondencia. De este modo, se mantenía vivo siempre y nadie podía hacerle daño, no mortalmente.
   Hubo un tiempo en el que había una muchachita que nunca fue suficiente para ella porque fue insegura en un momento de extrema vulnerabilidad en la que la aplastaron ideas negativas y contrarias de su persona.
   Que nunca era el momento adecuado porque "no, cuando sea un poco más delgada, ya podré ser feliz". "No, cuando encuentre la fuerza de voluntad para estirar cada día, y cumpla mis objetivos, podré darme un respiro". "No, porque tienes que sacar buena nota y saber muchas cosas, y leer mucho, porque te gusta leer, te encantaba leer. ¡De niña nisiquiera sabías leer y te quedabas dormida con un cuento en la cara!". "No, podré ser feliz cuando pase esto, o lo otro, porque las cosas cambiarán de forma tan radical que no tendrás más remedio que cambiar tú". "No, cuando encuentres quién eres podrás ser feliz."
   Había una vez una niña que lloraba cuando una canción tenía acordes menores. Y cuando no los había también. Y no porque estuviera triste. Que a veces lo estaba. Sino porque era una niña de lluvia. De soledad. De días grises. De historias tristes y tardes silenciosas. Y no quería ser así porque eso a la gente no le gusta y ella quería gustar. Ella quería que la quisieran.
   Érase una vez, una pequeña muy influenciable e ingenua. Tenía la cabellera larga como una princesa. Sagrada. Una señora le dijo que tenía miedo de que "se pisara el pelo" (¡imposible, señora, el pelo le llegaba como mucho al culo!), y la niña, aterrorizada, se lo cortó por los hombros. No supo perdonarse haberse creído esa tontería. No supo perdonarse haberse sentido tan estúpida.
   Hubo entonces, una chiquilla a la que le gustaba las cosas porque las leía. Le gustaban los geranios con flores color rosa salmón porque aparecían en un libro donde la protagonista era pelirroja y algo pasaba con aquellas plantas. Nunca le habían gustado, nisiquiera sabía qué era un geranio. Pero a ella le gustaba los geranios de flores color rosa salmón.
   Érase una vez una muchacha cuyo primer orgasmo fue a los 14, su primer beso a los 15, su primer gran amor a los 16, su primer porro a los 19 y su primera y gran borrachera a los 21.
   Había una vez una mozuela que aprendió a bailar danza del vientre imitando a Shakira, y siempre lo ocultó por miedo a que se burlaran de ella, porque no se sentía con las fuerzas ni con la inteligencia para argumentar una defensa a la persona que admiraba.
   Hubo una vez una chiquilla que se obligaba a hacer cosas hasta el punto de aborrecerlas porque "es lo que querías hacer, y es lo que quieres hacer, ¿no? Joder, ¿ya has vuelto a cambiar de opinión? así nunca llegarás a nada."
   Había una vez una niña a la que le gustaba mirar a escondidas el libro ilustrado, dorado y erótico de sus padres (porque ellos no querían que lo mirara, pero no se molestaban demasiado en esconderlo bien), y le agradaba, aunque en cierto punto incomodaba, el cosquilleo que se formaba en la parte inferior de su cuerpo, sin conocer todavía que eso era excitación.
   Érase una vez una chica que quiso estudiar piano, pero estudió violín. Y cuando estudió piano, no tenía con qué practicar. Y después tocó el bajo, y luego el ukelele, después de un estruendoso fracaso con la guitarra y un melancólico consuelo con el ukelele.
   Había una vez una adolescente que quería cantar, y hacer mil cosas, y se le ocurrían formas distintas de hacerlas y las desechaba porque no veía en ninguna parte una prueba de algún intento anterior de cualquier otra persona, por lo que lo daba por inviable, desconfiando así de su intuición y de sus impulsos, hasta que leía/oía/veía alguien o algo que le indicaba que eso era posible. Entonces pensaba "... jo, ¿por qué no lo hago, en lugar de pensar tanto?".
   Hubo una vez una chica que, durante un corto periodo de vegetarianismo, viajó una pata de jamón en una maleta despachada a Suiza. Y que no pudo volver a ser vegetariana porque no podía ser feliz sin fuet ni milanesas.
   Érase una vez que se era, en un reino muy muy lejano, una joven a la que sólo le gustaba comer con cubiertos elegantes, con un vaso distinto al de los demás y que tenía por lo menos 7 tazas, e in crescendo. ¡Ah! y también se llevaba termos de té al salir de fiesta porque no bebía alcohol.
   Hubo una vez una chica que, por amor, acogió y vivió con su pareja siendo adolescente. Hubo una vez una chica que, por amor, movió a gente hasta en argentina porque no tenía el pasaporte en regla y le iba la vida en volar a Bruselas. Hubo una vez una chica que, por amor, se quedó durmiendo una noche en el sofá de un desconocido por no dormir en un portal en enero.
   Había una vez, una mujercita a la que la música apenas le duraba unas semanas y ya necesitaba conocer algo nuevo. Hubo una vez una chica a la que le gustaban los libros. Primero por la portada, después si el título le convencía, y ya definitivamente si la sinopsis le llamaba la atención.
   Érase una vez una chica a la que le gusta los gatos. Y tenía uno excesivamente parlanchín y dependiente. Le da ansiedad cuando llega cansada de la universidad y el gato no para de maullar en un registro demasiado agudo para las horas que son. También le gusta los caballos. Y las casitas de muñecas. Y "Sexo en Nueva York".
   Le gusta los libritos ilustrados de manera sencilla y con humor personal. Le gusta el personaje Miguelito de Mafalda. Y Liniers. Y los conejitos suicidas. Y las Hadas de Alan Lee.
   Hubo una vez una chica que, de vez en cuando, necesitaba hacer locuras, cosas de las que al día siguiente se hiciera jurar (aunque cada vez con menos convicción dadas las circunstancias) que no volvería a hacer nada parecido.
   Había una vez una niña que se echó a llorar porque de mayor no quería ser gorda. Hubo una vez una niña que se puso triste porque le dijo a su mamá que ella quería vivir comiendo sólo fruta y su madre le dijo que eso no era posible, que al final moriría por falta de otras cosas que te proporciona el resto de alimentos.

   Y podría pasarme la noche entera hablando de esta chica. Y eso que no he hecho más que empezar a conocerla.

jueves, 24 de marzo de 2016

Los días grises son ahora color sepia.

 
Me he dado de bruces con el color sepia con que se ha teñido mis alrededores. Mis ojos ya no tienen más color que el conjunto de distintas tonalidades del marrón papiro polvoriento.
La primavera comienza explosiva y yo me desespero como quien quiere escuchar una ópera siendo sordo. Y mis sueños, mis anhelos, mis principios... se han diluido con el tiempo tornándose sus aguas como la del vaso donde se limpian los pinceles.
Tan sólo me tranquiliza la melancolía naranja de los amaneceres y atardeceres. Su silencio. La noche me engulle amorosa, inmensamente solitaria, y la radiante luz del sol se burla y me señala con sorna y una sonrisa torcida.
Las letras de las lecturas se desordenan en mi cabeza, la música enreda los cables de mis nervios con angustioso resultado; todas mis ideas no hacen más que ruido seco de maraca, rebotando dispersas contra mis sienes. El mínimo comentario se torna graznido a mis oídos. El mínimo pedido es una losa atada a mi fina muñeca. Y el miedo...


Se hace el silencio cuando me pregunto. Este miedo es lo único concreto que siento que tengo ahora, lo único que puedo palpar, y que es bien inútil. Este árbol del miedo florece con distintas razones en cada rama, pero el tronco... el tronco no sé qué es y las raíces no sé de dónde vienen, ¡ni qué las alimenta, maldita sea!
La arenilla se me escapa entre los dedos, y es así como al final me quedo sin fuerzas y no hago más que enterrar los relojes de mi vista, y cada tic tac que escucho, es un martillazo más al muro protector de mi control emocional. Y me enfurezco. También inútil. Así paso los días, como ascensión de humo de incienso, en espiral.

martes, 16 de febrero de 2016

Un intenso día de Marte.

El congelado estaba suelo.
Hoy suicidé que un ser muy querido mío se soñaba.
Y un café me invitó a un desconocido en mi viaje en tren.
Hoy se nevó una constelación de formas en mi pañuelo negro.
Una estimada a quien yo persono mucho tenía un mal día hoy, y lloré.
Lloré y me sentí una día por no poder mejorar su inútil.
Encontré en "no voz decir nada", una puedo en alto.
Al andanzas a casa me esperó un padre para escuchar mis volver.
Hoy las revés me salen del palabras.

domingo, 14 de febrero de 2016

Papel, tinta y una pluma olvidada. - Nº 13

Yo tenía formas de expresarme. Yo sabía escribir.
Yo encontraba la inspiración en la más pequeña de las sombras, en el frío más ligero e imperceptible, en el sonido resonante de los tacones al clavar su paso en el suelo.
A mi me brotaban las palabras cuando el sentir me desbordaba y ahora...
Ahora me atraganto y se me cuelan los conceptos difuminados por la neblina de las palabras perdidas y mi tráquea se llena de mucosa intentando escupirlos.
Pero sólo salen a través de las escurridizas lágrimas y allí, ya no puedo atraparlos.
Pierdo mi poesía a raudales y la miro; mojada, salada, tibia. Y me quema la rabia.
¡¿Dónde me dejé los pinceles, los atornilladores, las gubias, las plumas, dónde?!
Parece que olvidé aprender alfarería, porque ahora mis manos desnudas son inexpertas, y cada manchurrón de pintura me humilla a mi misma. Qué mierda de poesía es ésta... sucia, sin armonía.
En qué parte del camino me dejé olvidadas mi herramientas...
No hago más que ensuciar emociones interesantes, jugosas. Mato los ángulos y veo cómo destrozo las ideas sin saber parar la masacre.
Y cada vez tengo menos ilusión por escribir.
Y eso me da tristeza, haciendome sentir que en un momento del camino, me perdí junto con las herramientas.
Siento que escribo mentiras. Mentiras sucias y mal contadas. ¡No finjas más!
Me pierdo entre el no distinguir qué es real de mis acciones, y qué es de otro. ¿De quién?
Maldita sea, dónde estoy...
Nisiquiera sé cómo acabar este escrito; así que os dejaré mis lágrimas, que son las que guardan el mejor final que nunca sabré escribir, porque perdí la habilidad de recoger y desmenuzar las moléculas que contenían las palabras adecuadas para definir... ¿el qué?


No me conformo.
Os dejaré una de las lágrimas que, en un tiempo, era capaz de recoger:

Nº 13

Yo vivía en una chica de color verde oliva.
Hace años ya.
No sé cómo pasó, pero la chica es ahora color granate.
Como si, por madurar, se hubiera vuelto del color del vino.
Como si madurar significara que te gusta el vino.
Yo vivía en una chica de color verde oliva y, como si pasara de la primavera al otoño, su hoja tornó de color.
Nacida entre la danza del polen ahora cumple los años con las lluvias de hojas doradas.
Chica lista, aprovechó y se quedó con la frescura de las amapolas mientras ahora aprende de la parsimonia con que te bañan los atardeceres de octubre.
Ahora vivo en una chica de color granate;
y me está empezando a gustar el vino.

viernes, 22 de enero de 2016

Pláticas a corazón abierto.

Ya no importa cuánto analice. Esta ruleta rusa para siempre en la bala.
Y cada vez que disparo me pregunto porqué duele tanto.
Que pregunta tan tonta.
Pero es que no hay otra opción, si quiero sobrevivir. Porque vivir, de momento, es una utopía.
Hay que ser realistas.
Ya he tenido largas pláticas conmigo y ya me he ignorado hasta que el sangrado era demasiado evidente. Porque, a veces, hay que explicarle al corazón porqué sangra de más, para que pueda enfrentarse a cada bala nueva.
Y hay que explicarle, también, que no es algo que se haga por gusto o por elección propia, sino por supervivencia; aunque esto le duela.
No siempre tenemos todos los hilos de nuestros anhelos en nuestras manos. Y menos, cuando se trata de amor.
El cerebro es un buen amigo cuando corazón tiene los oídos libres para escucharlo.
Pero también entiende que corazón tiene su propio camino y que no siempre es el mismo que dicta cerebro: el que debería ser por nuestro bien.
Y hay ciertas veces en que es tan superior la fuerza de ese camino que, por más ciegamente que escuche corazón, éste es imperturbable. Y ni los mejores consejos de supervivencia lograrán modificar su esencia; aún cuando, cada día, una bala asole su hogar.
Y cerebro, por supuesto, también es estricto en su camino.

No se trata de que corazón y cerebro sientan/piensen lo mismo.
Se trata de que lleguen a un acuerdo.

viernes, 8 de enero de 2016

El dormir en la luz: Sensibilidad y Realidad.

Nº 16

He descubierto en la luz la forma de descansar.
En la pasividad de un día de hoja en blanco y sin lápices,
donde el colchón es la mañana y la manta los susurros de viento.
Los rayos tímidos del sol me acarician el rosto, tibios,
y al entrecerrar los ojos, mis pestañas y la luz crean esferas de colores que empiezan a jugar.
He descubierto en la luz el momento idóneo para convertirme en paz.
Con todas mis balanzas acordes en el equilibrio.
Y en la música compuesta por el silencio, la oportunidad a mis pensamientos de posarse como polvo en el mundo. Y parar.
Un sencillo segundo que puede durar una eternidad.


Nº 19

No sé por qué,
pero en la luz del día es donde encuentro el descanso. Donde duermo sin fantasmas.
Y no es por cansancio alguno, no, sino por el equilibrio.
De algún modo, el día me invita con su luz a la despreocupación,
no tengo miedo, y el calor me regala sábanas limpias y fragantes donde reposar.
Como si todas mis angustias y mis debilidades
fueran invadidas por una energía cálida y optimista;
y, al desvanecerse mi dolor, mi cuerpo se relaja y duerme en calma.
Sin pesadillas. Sin despertares de madrugada.
Y ahora que llevo despierta desde las 5 de la mañana
y la luz rosada empieza a asomarse por el filo de los edificios,
el cuerpo me invita a ir recostándome progresivamente,
para después arroparme con los primeros, y aún adormilados, gorjeos de la mañana.