domingo, 14 de febrero de 2016

Papel, tinta y una pluma olvidada. - Nº 13

Yo tenía formas de expresarme. Yo sabía escribir.
Yo encontraba la inspiración en la más pequeña de las sombras, en el frío más ligero e imperceptible, en el sonido resonante de los tacones al clavar su paso en el suelo.
A mi me brotaban las palabras cuando el sentir me desbordaba y ahora...
Ahora me atraganto y se me cuelan los conceptos difuminados por la neblina de las palabras perdidas y mi tráquea se llena de mucosa intentando escupirlos.
Pero sólo salen a través de las escurridizas lágrimas y allí, ya no puedo atraparlos.
Pierdo mi poesía a raudales y la miro; mojada, salada, tibia. Y me quema la rabia.
¡¿Dónde me dejé los pinceles, los atornilladores, las gubias, las plumas, dónde?!
Parece que olvidé aprender alfarería, porque ahora mis manos desnudas son inexpertas, y cada manchurrón de pintura me humilla a mi misma. Qué mierda de poesía es ésta... sucia, sin armonía.
En qué parte del camino me dejé olvidadas mi herramientas...
No hago más que ensuciar emociones interesantes, jugosas. Mato los ángulos y veo cómo destrozo las ideas sin saber parar la masacre.
Y cada vez tengo menos ilusión por escribir.
Y eso me da tristeza, haciendome sentir que en un momento del camino, me perdí junto con las herramientas.
Siento que escribo mentiras. Mentiras sucias y mal contadas. ¡No finjas más!
Me pierdo entre el no distinguir qué es real de mis acciones, y qué es de otro. ¿De quién?
Maldita sea, dónde estoy...
Nisiquiera sé cómo acabar este escrito; así que os dejaré mis lágrimas, que son las que guardan el mejor final que nunca sabré escribir, porque perdí la habilidad de recoger y desmenuzar las moléculas que contenían las palabras adecuadas para definir... ¿el qué?


No me conformo.
Os dejaré una de las lágrimas que, en un tiempo, era capaz de recoger:

Nº 13

Yo vivía en una chica de color verde oliva.
Hace años ya.
No sé cómo pasó, pero la chica es ahora color granate.
Como si, por madurar, se hubiera vuelto del color del vino.
Como si madurar significara que te gusta el vino.
Yo vivía en una chica de color verde oliva y, como si pasara de la primavera al otoño, su hoja tornó de color.
Nacida entre la danza del polen ahora cumple los años con las lluvias de hojas doradas.
Chica lista, aprovechó y se quedó con la frescura de las amapolas mientras ahora aprende de la parsimonia con que te bañan los atardeceres de octubre.
Ahora vivo en una chica de color granate;
y me está empezando a gustar el vino.

1 comentario:

  1. Y en el caos, macabro y destrozado, despreciado y alejado de la armonía de la tristeza, también hay belleza. Una belleza que solo los que han sentido la misma explosión de moléculas, la misma pérdida interna en historias distintas pero con melancolías parecidas, pueden verla.

    A veces creemos habernos perdido cuando nunca hemos estado tan cerca de nosotros mismos. A veces lloramos por feos cuando nos hayamos pintados en un hermoso cuadro renacentista. A veces nos llamamos fracasados por fallar en coser con letras lo no lexicalizable sin ver lo increíble que es lo cerca que hemos estado.

    A veces simplemente tenemos que escribir.

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