martes, 23 de octubre de 2012

Sueño de un amor carnal.

Se encuentran los dos a los bordes de la cama, separados el uno del otro, de espaldas.
Escuchan el silencio, aguantando incluso la respiración para poder percibir el más mínimo movimiento que el otro pudiera hacer.
Pasa el tiempo lento y lo más seguro es que no hayan pasado más de 2 minutos a la espera de cualquier reacción.
Él se revuelve en la cama. Ella aguanta la respiración. Nada.
La situación es tensa. Ninguno sabe que piensa el otro. No saben si está dormido o no.
Pasan los segundos, eternos pero fugaces.
Ella se gira y en el mismo movimiento se acerca un poco al centro de la cama.
Espera.
Se va moviendo, lenta y cuidadosamente hacia él, parando apenas unos segundos cada vez que avanza unos centímetros.
Él se revuelve, parece que medita unos segundos, y después, se gira. Están los dos de frente, pero no se ven. Está todo oscuro.
Con poco más de medio metro entre los dos, ella desliza la mano hacia el centro de la cama. Nota el susurro de las sábanas y el corazón le palpita acelerado. Nota como la mano de él agarra cuidadosamente la suya.
Poco a poco, los dos se van acercando más, sin soltarse las manos, hasta que sus cuerpos están totalmente juntos.
Ella roza con ternura su nariz con la de él, y el le responde el gesto.
Se dan un beso corto, pero intenso. Otro. Y otro. Cada vez más seguidos hasta que se funden en un solo beso largo, que no termina; suave, muy suave, aunque profundo.
La mano de él se desliza suavemente acariciando su rostro para ir bajando tímidamente por su cuello, sus hombros, sus caderas... ella le agarra suavemente de la nuca. Sus cuerpos se van enlazando cada vez más y los movimientos se aceleran.
Dan vueltas, giros, mientras se despojan de las prendas que les aprisionan alejándoles de lo que desean. Ahora ya no escuchan, sólo sienten, y si escucharan notarían cómo la respiración cada vez es más audible y acelerada. Los movimientos cobran cada vez más velocidad y las caricias no son ya suaves, sino desesperadas, pasionales. Las manos se aferran con fuerza sin ningún punto fijo, las uñas se clavan, los labios se mueven, recorren el terreno explorándolo, saboreándolo. Se unen en uno, se funden en un solo ser.
Despierta.

La realidad la abofetea de manera violenta y no sólo una, sino dos veces. Se incorpora y abre más los ojos intentando mirar aunque sabe que no puede. Está todo oscuro.
Las cosas siguen como siempre. Ella está sola. Él no está. Vuelve a tumbarse en la cama.
Le echa de menos.
Cierra los ojos y se acurruca para volver a dormirse.
Una lágrima se escapa.

sábado, 13 de octubre de 2012

La eterna espera.

Cambió. Y ya no era lo mismo.
Se pregunta. ¿Qué pasó? más no comprende. Todo está en orden aparentemente. Un tumulto de sentimientos como torbellinos asolan su interior sin dejar espacio a la razón, que rara vez puede dar su opinión en tan enzarzada discusión.
¿Y qué es el cuerpo ante tal situación, ante tal batalla, sino un mero objeto portador?
Se le deja de lado y sin cuidados comienza a deteriorarse, a estropearse. No funciona correctamente. La razón avisa, pero el dolor empuja y hace oídos sordos.
Noches, días y más noches perdida en medio de una gran guerra.
La espera se hace eterna. La lucha cada vez es menos intensa y va ganando la razón con parsimonia.
Pero aún así, nunca nada es horizontal ni constante. Hay subidas y bajadas todo el tiempo. La razón sube, y el dolor y la angustia tiran hacia abajo. El portador vuelve a ser cuidado y ya funciona correctamente.

¿Qué pasó con lo que era? ¿cómo, de pronto, ya no es una necesidad... es prescindible?. Ella no comprende y llora. Siente una lejanía conocida, lo cual hace que el dolor sea más llevadero. Pero la angustia de no saber cuánto durará, si terminará y cómo terminará, bien o mal, la consumen.
En ocasiones surge un punto de vista que le hace ver esa situación como una salida, como un avance, pero en seguida es derrumbado por la enorme cantidad de miedos y sentimientos que alberga dentro.
Ella mira por la ventana mientras lágrimas nostálgicas pasean simultáneas una en cada mejilla.
A pesar de tanta confusión y tanta lucha interior, tiene una cosa clara: nunca dejó ni dejará de amarle.