sábado, 13 de abril de 2013

La carta interior.

Y aquí, en medio de la oscuridad, en el silencio de la madrugada, se sienta y escribe.
Como el dolor que produce el alcohol en contacto con la carne, con la herida abierta, allí ella se sienta y escribe, dejando que las lágrimas guíen su mano trazando largas palabras, largas y pesadas palabras que puedan aliviar el vacío, o simplemente que puedan llenarla.
No comprende cuanto tiempo ha de pasar. No comprende el tiempo que debe esperar y no entiende como fue que sucedió si iba a tener final. No comprende porque ocurrió si luego iba a convertirse en nada, en polvo, en fantasmas...
No entiende como algo tan fuerte, tan grande, tan natural, real y verdadero terminó siendo ceniza. Ni siquiera ceniza, porque la ceniza ya es algo, puedes palparla. Terminó siendo nada. La nada absoluta. Una nada tan inmensa que llena su interior. Lo llena de vacío. De un vacío inmundo.
No le cabe en la cabeza el que ahora deba transformarlo. Que tenga que transformarlo para estar bien. Porque ¿Qué otro fin puede tener tal sentimiento? Y si ese es su fin, tiene sentido, y debe hacerse.
No puede... no puede llegar a ver que algo tan importante, no lo era. No quiere ni pensar que todo lo que ha dado, que todo lo que ha sacrificado ha sido en vano.
Su cuerpo se estremece tratando de respirar.
Solo escribe bagatelas, solo apunta datos en lo tenebroso de la noche que ahora no significa nada para ella, salvo un mundo de calma que le ayuda a evadirse. <<La melancolía es tan dulce>> Piensa ella. <<Te atrapa como la tela de araña, es hermosa, brillante y atractiva; y te llama... y tú vas. Y te amparas bajo su calidez. Calidez en la cual si te dejas envolver terminará por llevarte a la muerte.>>
Quiere pensar que habrá más, o no eso, que encontrará al verdadero, porque si él no fue, en algún lado estará el que sea. Y espera que esté. Espera desesperadamente que esté. No que llegue aún, si no es su momento, pero que esté, sí. Lo espera y lo desea.
Le aterroriza lo que ve por delante. Le aterroriza su inmeso vacío interior. Y le aterroriza el mundo.
Percibe con rabia y con dolor que todas las cosas que quiere ser, en las que se quiere convertir, lo que quiere aprender, tengan como fin un reencuentro. Le da rabia no poder avanzar.
<<Oh, por favor... si estás ahí...>>. Silencio. Sólo se escuchan sus sollozos. Pero, ¿Quién los escucha? Ella no, porque está absorta en sus pensamientos. Y nadie salvo ella está despierto en esta fría madrugada de Abril.
Poco a poco se ha ido calmando, y su tormenta interior amaina lenta y progresivamente.
Está horrible. Con la cara húmeda e hinchada. ¿Quién dijo que una mujer llorando es hermosa?
Ella sólo busca la paz. La armonía. El equilibrio.
<<Libra... balanza de mi carácter. Sal a la luz, pues no te encuentro.>>
Con el tiempo se tranquiliza. Y volverá la luz del día y ella sonrreirá a la libertad de la cual es dueña. Su libertad. Y podrá ver que está donde tiene que estar y que sin duda está sana. Y está feliz.
Y sólo en las noches más oscuras su alma sensible abrirá la herida, sacará a flote sus recuerdos, y ella sucumbirá, cada vez con más parsimonia y templanza, a la llamada de sus sentimientos. Hasta que al final, o eso desea ella fervientemente, la herida no sangrará, y ella, con total indiferencia, verá que no tiene sentido todo esto. Que nada tiene sentido. <<Que mente tan joven, qué poca experiencia...>>. Y en ese momento las únicas lágrimas que saldrán serán por el resentimiento a que no haya otra manera de aprender que a base de experiencias dolorosas, que sólo te hacen perder mucho, mucho tiempo y que, si no posees la fuerza suficiente, pueden matarte.
Y esa es la vida.

Posdata: tú lo sabes.