sábado, 24 de septiembre de 2016

Historias Tristes.

Cada vez que escucho Gnosisenne nº 1 de Satie recuerdo Noruega.
Ese aroma a frío. Esa oscuridad casi perenne. Los bosques del norte tenían siempre nieve, virgen de seres humanos.
Recordar siempre me daba tristeza. Aún al cobijo de atardeceres cobrizos como los de París y acompañado por el café negro, un alma Norte no se cura fácilmente. Aunque volver pueda significar la muerte completa de un corazón ya demasiado podrido, muchas veces resistir el impulso es casi agónico.

¿Por qué las historias más tristes ocurren en los lugares más fríos?
Había pasado ya 18 años y ni siquiera el café más negro y robusto era capaz de camuflar el olor de su pelo. Yo seguía intentándolo, aunque intuyo que a estas alturas ya era por pura inercia. Era mucho menos dolorosa una mixtura que la bofetada del aroma helado, puro, eterno.

Nunca debí salir. Y nunca debí volver. Al menos no sin él.
Todavía recuerdo las palabras inteligibles y a gritos de las bestias mientras yo corría. "¡Cobarde, Cobarde!" pensaba mi segundo discurso interno mientras el primero gritaba "¡Corre, sobrevive!".
Nunca logré transformarlo en una excusa.

Si las tragedias sucedieran como consecuencia de grandes actos, tal vez el que sigue viviendo podría tener un equilibrio en sus recuerdos; perdonarse quizás, algún día...
Cómo no culparse a cada despertar; cómo no terminar ebrio cada noche para poder cerrar los ojos en una paz ficticia.

Los celos... Sin la existencia de esos celos no habría atravesado aquella puerta, ni hubiera corrido, ¡santo dios!, como un inconsciente hacia el bosque, en la negrura. ¿¡En qué estabas pensando!?
No había traición, no la había... y yo, ciego, enamorado, herido, desquiciado, preferí morir a creer saberme engañado por mi amor, dueño y señor de mi corazón y mi ser completos.
No hubo traición, pero sí hubo muerte.

El café todavía me sabe suave, a pesar de ahogarme en su amargura.
Sigo siendo el mismo cobarde de siempre, pues no he sabido darme el final que a mí me tocaba, ¡por insolente!, en lugar de a mi amor.
No, no merezco un reencuentro, allí donde quiera que se vaya después de la muerte. Allí donde quiera que se encuentre...
Este es mi castigo: una vez aniquilados los celos, pereció también mi capacidad de amar, todo junto a aquél al que amé.

Es curioso cómo las historias felices no duran apenas en la historia, y las historias tristes viven para siempre en la memoria.

https://www.youtube.com/watch?v=PLFVGwGQcB0

lunes, 12 de septiembre de 2016

Falsamente encontrada encuentro que mi camino es ir perdida.

Ya me dijo una vez un antiguo amor algo parecido, más no recuerdo exactamente las palabras que decía la canción.
Algo así como 'ella camina sin saber a dónde va/sin saber quién es, pero camina con paso firme'.
La razón de estar perdida todo este tiempo no fue, quizás, sino el no haber permitido aflorar la naturaleza de mi vivir.
¿Y si no funciona tener una carrera y un trabajo de un único oficio?
¿Y si soy nómada?
¿y si me toca ser versátil y vivir mil vidas en una?
¿y si ésta es la última...?

Tal vez no encaje en mí ser fiel a un único amante artístico.
Tal vez aún sea demasiado joven, pero me siento tan vieja...
Tal vez morí y no hago más que buscar la luz para volver a salir del vientre.

... algo dentro de mí se apacigua con el sencillo pensar 'No hay etiquetas'.
Sólo hay brisa y vendaval.

martes, 6 de septiembre de 2016

No.


Estimado silencio mío,

  A ti, que me has acompañado en mis peores momentos, que infinidad de veces los convertiste en los mejores, me dirijo ahora, con el deseo de que puedas perdonarme.
   Perdóname por no haberte dado mi atención, por no haber confiado en tu dureza y en tu frío saber.
   Perdóname por haber rechazado tu compañía, tu magnífica enormidad. Tu abrazo apaciguador.

   Soy consciente de que has sido un compañero noble; las mejores canciones, las mejores poesías, los mejores 'mirar al techo', la paz... siempre vinieron de la mano tuya.

   Olvidé saber escucharte. Saber estar. Contigo.

   He tenido tanto ruido en mi cabeza últimamente que no he podido quedar apenas contigo para vernos, y te prometo que lo he deseado infinidad de veces. Pero he sido cobarde, y en los pocos encuentros que hemos tenido me asusté y no tarde en excusarme y volver a mi cabeza. A mi ruido.

   No es tan fácil salir del ruido, ¿sabes? Llega a ser tan penetrante que aturulla los sentidos y se convierte en tu mullida zona de confort. Y de ahí, da pavor salir a la inmensidad. A una inmensidad vacía.

   Porque eso eres tú, silencio. La hoja en blanco del artista.

   Hace bien poco que empecé a lograr abrirme paso entre tanto ruido y tanta tormenta, ¡Y conseguí mecerme al son de un oleaje sereno y silencioso!
   Pero hoy, en el bus, sin querer, me llené de ruido otra vez.

   Podrás bien darte cuenta de esto al percibir lo mediocre que es esta carta-poética que intento escribirte. porque no logro escucharte, y mucho menos escucharme a mí.
   Te aprecio realmente, y de veras voy hacia ti.


P.D.: Hoy, a pesar y a raíz quizás de tanto ruido, encontré la palabra que me ayudará, con el tiempo, a reencontrarme contigo.

sábado, 3 de septiembre de 2016

La caja torácica.

En esta jaula de blancos barrotes, y rojas y densas cortinas, se encierran los tambores.
Tambores que anuncian qué acontece.
Tambores que son capaces de hacerte escuchar el mar en una crisálida de coral.
Tambores que pueden desvelarte cuán irrevocablemente caíste a los pies de un amor.
Tambores que entregan el calor indispensable para un infante que no posee ni una jornada de vida.
Tambores que se transforman en cuerdas que te asfixian cuando el corazón se parte.
Tambores que pueden escucharse cuando todavía nadas en la caverna materna.
Tambores cuyo silencio puede significar la muerte.

Son tambores, al fin y al cabo, de la caja de pandora.