lunes, 5 de diciembre de 2016

El miedo da la cara, eres tú la que se oculta.

   Cuando el frío aproxima sus pasos en mi dirección, sé que debo estar alerta de mí misma.
   Es el final de un ciclo, lo más parecido que vivo año a año a la muerte. A una muerte solitaria. Y elijo esa soledad, pues me mata aún más deprisa y sin piedad toda esa algarabía hipócrita que se genera alrededor de la vida mía. Y me envuelve la melancolía, en su manto de tibia eternidad temporal.
   Dormiría las noches y pasaría los días adormecida en la borrosidad de los días nublados.
   Y todas estas preguntas… ya no sé si su origen es mi tristeza profunda o si realmente existen como inquietud arraigada a mis entrañas. O quizá ambas.
   Lucho para no pensar constantemente en mi anhelo de un futuro que diste de este presente emocionalmente húmedo, y sin embargo este constante vivir segundo a segundo hace que éstos se alarguen como una enorme goma elástica que se enrolla en mi pecho y cada vez me cuesta un poco más respirar.
   Cómo construir la vida con una identidad fragmentada y con tantos temores.
   Tengo miedo. Tengo miedo a morir.
   Tengo miedo a morir sin haber vivido. Tengo miedo a morir sin haber salido de esta casa, sin haber viajado lo que quiero viajar, sin haber estudiado todos los artistas que me quedan por descubrir. Tengo miedo a morir sin llegar a ser la artista que anhelo ser, sin que me haya dado tiempo a tener hijos contigo, ni crecer contigo a mi vera. Tengo miedo a vivir. Tengo miedo a vivir con este miedo toda mi vida. Tengo miedo a aceptar la muerte y como gracia del destino morir entonces.

   Tengo miedo a que la vida que vea pasar si muero ahora sea toda esta tristeza que ha inundado mi corta historia por la tierra. Tengo miedo a morir sin haber vivido. Porque siento que todavía no he empezado a vivir.