miércoles, 28 de octubre de 2015

Una conversación derramada.

Si fuera un pececito dorado no necesitaría esconder mis lagrimas, porque bajo el agua se diluirían y nadie se percataría de ellas.
No tendría porqué dar explicaciones a nadie del porqué, ni sufrir la angustia de que sean juzgadas, valoradas o infravaloradas. Porque para mi son de plata todas, y todas se llevan algo de mi, y todas me quieren informar de algo, y todas me desatan pequeños nudos interiores, y todas me ayudan a dormir mejor.
Nadie debería juzgar a nadie porque llore. Ni porque no llore. Nadie tiene derecho a afirmar que es más valiente o más fuerte quien no llora, ni lo contrario con aquél que lo hace. Tampoco nadie debería atreverse a establecer un "límite"de llanto o de no llanto.
¡Nadie, maldita sea, tiene el menor derecho a decidir si debo o no llorar, cuando o donde lo necesite!
Las lágrimas hablan para las personas que las derraman, no hablan de la persona.
Las lágrimas no son para aquellos que las ven, son para aquellos que las sienten. Las lágrimas te hablan. El acto de llorar es una conversación con uno mismo.
Te cuentan que aquello te hizo daño. Quizás te digan que la dicha no te cabe dentro. O tal vez que aquel comentario te molestó mucho más de lo que creías hace 3 horas. O, simplemente, que algo dentro no va bien.
Las lágrimas nos hablan y, en general, nos liberan.
Ahora, si esta lluvia se vuelve demasiado constante y llega un momento en que lloras sin lágrimas, ahí tenemos un problema.
Nadie debería decirte "no llores". Nisiquiera un amigo. Si no es capaz de soportar el dolor y la angustia que profesas en ese momento, más vale que se largue.
Y, por supuesto, nadie debería jamás tener la ocurrencia de decir "no es para tanto". Nadie.
Las lágrimas son de uno y para uno.
Para nadie más.

viernes, 23 de octubre de 2015

Mi naturaleza de amar.

Una vez más es de noche y mis emociones oscilan en un mínimo rango.
Y mi cabeza las observa como lo haría una hermana, dubitativa.
Mi amor es puro.
Mi amor es puro, pero mi sensibilidad y mi carácter son muy amigas y se bambolean como un péndulo, a lo largo de los días.
Soy un humano de inconstancia emocional superficial,
y de constancia emocional profunda.
Aunque el peso se estableciera de por vida en un punto de equilibrio perfecto, mi naturaleza rompería el juego de pesos. Ya sea con la tristeza, la sea con la independencia total. Porque esa es mi forma de amar.
Así necesito amar.
Tengo un sentimiento profundo incrustado que precisa de fluctuar en la emociones a flor de piel de un lado para otro, para estar sano.
Necesita movimiento.
Si hoy te miro embelesada y lo único que quiero es acariciar los rasgos de tu rostro, quizás mañana no quiera verte, ni oír tu voz.
Y quizás pasado mañana quiera reírme despreocupadamente contigo o escucharte hablar del cosmos, mientras que al siguiente día, quizás, sólo quiera envolverme en mis sábanas de soledad y disfrutar de echarte de menos a propósito.
Y te amaré en todas las etapas. Te amaré aunque no quiera ni oírte. Te amaré aunque quiera verte, pero muy a lo lejos. Aunque sólo quiera estar sola.
Porque esa es mi forma de amar,
aunque pueda parecer lo contrario.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Sin pies y con cabeza.

   De pronto. Así, sin previo aviso, me siento pequeñita.
   Ya no siento en mi cabeza los montones y montones de papeles, ordenados y desordenados. Ni está repleta de fotografías atrincheradas todas en un limitado corcho.
   Como si alguien hubiera venido por la noche y lo hubiera guardado todo en el desván de mi memoria.
   Sólo hay algunas hojas sueltas por el suelo, como un eco de lo que fue conocimiento fresco.
   Y es el eco el que me acompaña en mi cabeza, y hace de mi mente una habitación demasiado grande para estar vacía.
   En este instante todo es demasiado grande, dentro o fuera, para lo pequeñita que me siento.
   No tengo en esta habitación ni una silla donde sentarme, ni una lámpara que ilumine este gris frío de no saber. No saber a secas. Este vacío que me llena tanto que tengo la sensación de que nada más cabe.
   Por eso vomito. Vomito mi vacío en el dormir, en escribir, en no hacer lo que se supone que es lo que debería hacer porque me he comprometido. Me pasaré la vida buscando en mercadillos una balanza que equilibre la volatilidad y el compromiso.
   Si casi hemos matado la naturaleza, ¿cuál es ahora nuestra naturaleza, como ser humano?; me pregunto eso después de haber sufrido la angustia de aceptar que mi estado de ánimo de hoy no está para afrontar la rutina que me construí en una sociedad que tiene cimientos de un material tan viejo y que, hoy por hoy, no nos es afín.
   Creo en mi pasión. Pero a veces, en el cansancio, es difícil saber qué decisión tomar. Es difícil distinguir si la desgana de ayer no fue nada más que pereza y la desgana de hoy no es más que el anhelo de liberarse de una manada de la cual no puedes, y no quieres, seguir su ritmo.
   Porque el ritmo que sigue el mundo humano actual que hemos (¡que han!) creado no es natural.
   Peor que eso, es ridículo.

sábado, 3 de octubre de 2015

De piel para dentro.

Tengo una semilla podrida aquí, en el pecho.
Es extraño, pero germina.
O germinó.
O fue germinando a través de los años.

A veces se queda dormida y no duele,
pero cuando se despierta todo huele muy dulce, tan dulce que da arcadas.
Siempre despierta en la soledad de uno mismo,
y duerme en la actividad social.

Es triste.
Genera un dolor de sensaciones similares al enamoramiento,
y no puedes sentir nada. Ni amor.
Está fielmente aferrada a mis vísceras, y me da miedo intentar arrancarla.

Está tan cerca del Árbol Madre,
que es complicado matarla, pues sus raíces están unidas firmes a él.


Siempre me dolió que mis ganas de olvidar a mi Peter Pan
 fueran debido a esta semilla podrida.