lunes, 16 de diciembre de 2013

Cuerpo de barro, ánima de viento.

De las caricias de los días de velo de seda por su rostro, un suave susurro de los pasos del tiempo le hacían percibir que había movimiento. Siendo inconsciente de cuánto, sólo convencida de la existencia del mismo, miraba su camino a través de un opaco cristal. De su cajita de cristal.
Recogida en su esencia, sin sus dedos enterrados en la tierra húmeda pero activadora, sobrevolando, sólo pisaba su sombra, dejando poco menos que huella en el recuerdo vago. Su inteligencia, en la cima, sufría de vértigo, intentando, con su plática, aportar contundencia al portador, procurando así un camino de descenso. A veces, estando ya exhausta, simplemente dormitaba en el flote pasivo.


Cambió de rumbo, dejando al portador; un segundo, un instante.
Le resultaba sencillo cambiar la escenografía. Esta ocasión resultó tener diferencia en su exagerada falta de ficción. Una minúscula aguja que danzaba en una falda de realismo, pista de baile violeta y flexible, cuyo hilo de Jacarandá cosía y perfumaba mediante el uso de su imaginación. Estaba allí. Con escenario de calle y atrezzo de humo y ruido.
No se planteaba las razones de las peculiaridades de su estar, ni tan siquiera por el traspasar de las miradas de los entes transitorios. Ni aún con un traspasar físico.

Como en aquel sueño que tan antiguo resultaba ya, con andar decidido, errante enmascarado, sigue sin ojos, sin ver que está ahí, sin verla. Rasgo que permanecerá en esta ocasión.
Acompañó sus quehaceres como sombra transparente y de susurro inaudible. En incontadas ocasiones hojas de mar se habrían evaporado desprendidas de su pupila, de no ser por su incorporeidad, de gozo. El temor se había evaporado como el agua de dicha ficticia y ella fue libre de mirar con embelesamiento sin más preocupación que la de percibir su propio rubor abstracto.
Quiso tocarlo. Se deshizo innumerables veces siendo presa de su debilidad ante aquel repiqueteo.
Tampoco esta vez fue consciente del tiempo, sólo del disfrute del sosiego que la propia inconsciencia temporal le otorgaba, y cuando advirtió el final del acercamiento etéreo, vívido para uno, inexistente para otro, resolvió a tragarse el nudo de cuerdas vocales, de sinfonía de gritos y silencios, y arriesgar.
Desbocado habría sido si hubiese poseído un palpitar. Se colocó de frente, a la espera del paso. Él avanzó de manera enérgica; la traspasó y ella se descompuso como niebla, para volver a unirse en cuestión de segundos, con sonrisa inmaterial, ojos cerrados. El impulso frenó y, notándolo ella, se giró. Giraron a un mismo tiempo. Desconcierto en el rostro de astro que no acierta a comprender...
... entonces sí que nacieron hojas de mar.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Dos caras.

No tengo fuerzas, y camino. Camino arrastrando los pies en esta noche tranquila.
Sin querer pensar en qué, te escribo, ¿Quizás esta noche esté yo abierta?

Caminó avanzando por el pasillo blanco de entero mármol y de altísimas columnas. Caminaba hacia un final, hacia la puerta del fondo, del color de las perlas. No había luces en el camino, salvo la que provenía del interior de la sala, detrás de la gran puerta, que se colaba por sus rendijas.

Agarro una hoja en blanco y una pluma de tinta negra y empiezo a escribir. Como si pensara en voz alta... y no me convence. Suelto mi cabello como cada vez que estoy de mal humor.

Avanzaba muy lentamente, descalza sobre el frío suelo. Alerta ante cualquier ruido extraño, pero todo estaba en silencio profundo. Tímida y curiosa, sin volver la vista ni los pasos atrás. Alargó uno de los brazos y estirando los dedos continuó caminando mientras éstos acariciaban la pared. Maravillada con su suavidad.

Me he quedado medio dormida en el calor y calma de mi sofá, con un felino abrazando mis piernas y los pies tan fríos que no me dejan pensar. Abriendo los ojos con suavidad no se mueve en mi cuerpo nada más que mi pecho, con el ritmo acompasado de mi respiración. Y cierro los ojos de nuevo.

A medida que se acercaba a la puerta se iba poniendo cada vez más nerviosa, pero no frenaba su marcha, que, aunque lenta, era constante. Sabía que no tenía la llave y no quería interrumpir. Ya estaba llegando... llegó. Se paró frente a la puerta, miró a través del agujero de la cerradura y sólo vió luz y oyó el sonido de ecos de una risa cantarina. Llamó a la puerta. TOC TOC.

Despierto otra vez; una sensación incómoda tiene mi cuerpo invadido.
Algo me remueve por dentro. Tengo arcadas.
Tengo un nudo en la garganta, algo atragantado más bien, ¿una frase...?
Quizás lo único que necesite esta noche sea plantarme frente a ti, decirte de manera concisa cuánto te amo, y marcharme de allí sin más.

-¿Adelante?
Ella sonrió, giró el picaporte y entró.

lunes, 18 de noviembre de 2013

... sigue el sendero.

Un sendero que se alejaba del camino principal, se encontraba casi oculto por los grandes matorrales y elechos del bosque. Un bosque de árboles milenarios, grandes, inmensos, medianos, pequeños, nervudos, ancianos, sabios y justos. Un bosque de criaturas desconocidas, distantes, que nadie puede ver, salvo quizás la noche y la propia naturaleza.
La luz que apenas podía filtrarse a través del follaje de los árboles más prominentes eran rayos en los cuales podías asombrarte de la danza del polvo y el silencio. Y esa era una de las mayores virtudes de ese bosque. Su silencio, un silencio natural, por supuesto. El tibio y apenas audible susurro de la brisa conversando con los árboles y sus hojas, el tímido y juguetón tintineo de los arroyos que atraviesan el bosque, los suaves y lejanos ecos de los cantos de las aves. Todo un paraje. Un mundo con su propio idioma.
En un sendero que se alejaba del camino principal, se encontraba aquel hombre. Corriendo. Más tropezando que corriendo, pues estaba gravemente herido y la vista se nublaba con lentitud pero progresivamente.
Se adentró por aquel sendero que le había sido mostrado por el bosque a él, mientras los guardias seguían por el camino principal corriendo y dando voces. Enturbiando la paz de aquel lugar sagrado.
Cuando ya no los oía gritar por ningún lado, aminoró el paso para coger aliento. Caminó con lentitud por ese sendero, casi paseando. Estaba mareado, pero el aire de ese lugar tenía algo que lo mantenía en pie a pesar de la gravedad de su herida y toda la sangre que había perdido. Siguió caminando, observando casi a cámara lenta todo cuanto le rodeaba. La luz, los pájaros de hermosas combinaciones de colores, el canto del arroyo... un arroyo. Habia un arroyo que no había visto ni oído antes, y encima de él un hermoso puente de madera cubierto por madreselvas que perfumaban el lugar. El puente le condujo a un hermoso y amplio claro, el cual estaba iluminado por mucha luz. Un lugar verde, muy verde. Los árboles eran de menor tamaño, similares a olivos, encinas y sauces llorones, todos muy verdes. El polen y las semillas revoloteaban por el aire y la luz junto con las azules libélulas del arroyo y las doradas abejas del pequeño prado. Y muy escondida, una pequeña pero bella cabaña de madera que se fundía con el bosque. Sus paredes, con la textura de las cortezas de los árboles y las largas y finas ramas de los sauces llorones hacían de cortinas para las redondas ventanas de cristal, las cuales se hallaban abiertas. Una larga chimenea de piedra cubierta de hiedra, por la cual salía humo y una preciosa puerta de roble, obalada en la parte superior y con cenefas decorativas en sus bordes. Allí finalizaba el sendero.
El hombre, con la vista ya casi fuera de foco, empleó sus últimas fuerzas en correr hacia esa cabaña, y desplomóse en la entrada. Lo último que vió antes de desvanecerse fue la imagen borrosa de una joven dama, rodeada de tanta luz que apenas la distinguía, que se inclinaba hacia él.
Durmió durante días y cuando despertó aún se sentía débil, pero sano. Se encontraba en una blanca cama de sábanas de lino, y él mismo estaba limpio y con prendas blancas con bordados sutiles pero elegantes. Miró el espacio. Todo se encontraba en la misma habitación: la cocina, la chimenea, un dorado y gran balde para bañarse con un biombo de cobre bruñido y madera que estaba cerrado, a un lado. Una casita de una única habitación, colmada de detalles naturales, cálida, acogedora, hermosa, elegante, natural, mística... un hogar. Todo apuntaba a la pertenencia de un ser femenino.
El hombre se incorporó, sentándose en la cama y reparó en una nota que había en la mesilla, al lado de la cama, que estaba acompañada de un humeante cuenco de sopa. Una sopa cuya fragancia invadía todo su ser. Antes de tomar la sopa leyó la nota: No te levantes de la cama; tómate la sopa con calma. Volveré antes del atardecer. Temo que al sueño antes debas ceder.   
El hombre no perdió más tiempo y con gusto engulló la sabrosa sopa. No tardó en volver a quedarse dormido. Pasaron dos días así. Dos días en los cuales cada noche era asolado por pesadillas
 y siempre se despertaba por una voz tan bella que todos sus miedos se esfumaban y su cuerpo se iba calmando hasta que dejaba de temblar por completo y entonces el hombre volvía a dormirse profundamente, sin soñar nada, sólo descansando.
La tercera noche fue la peor de todas; las pesadillas lo tenían completamente dominado, gritaba, y se retorcía con el cuerpo bañado en sudor. Creía que no iba a aguantar más cuando de pronto se despertó y vió a su lado, sentada, a una dama. Preciosa, con la piel clara cuyo tacto parecía aterciopelado, mejillas sonrosadas, cabellos largos y castaños que le cubrían la espalda y parte del pecho hasta la cintura; suaves ojos grises azulados, y una sonrisa... una sonrisa que hacía contener la respiración y que los ojos se te llenaran de lágrimas. Tan sincera, tan bondadosa, tan cálida y tan llena de frescura... la joven, al ver al hombre absorto en mirarla, rió una risa cantarina, similar al repiqueteo de campanitas. Al hacer un ademán de retirarse, el hombre la detuvo, mirándola con ojos suplicantes:
- ¡por favor, no te vayas!
La joven lo miró, con una mirada profunda, y volvió a sonreirle con su sonrisa pura.
Se inclinó y le susurró:
- Ya estás completamente restablecido. Mañana por la mañana podrás marchar y recorrer el mundo. Largo camino te queda hasta tu destino. Pero recuerda, siempre que me necesites...

viernes, 18 de octubre de 2013

Expiró el suspiro que espiré.

LLegada, nuevamente, de otro día de armonía, entré.
En la cabaña donde mi pasado y mi presente se juntan, y mis sueños de futuro yacen.
Y ahí estaba. Tuya. Blanca. Y emergiendo como espuma, reprimí una risa transformándola en sencilla sonrisa. Más no me apresuré.
Con la misma calma que había flotado como neblina, traslúcida, con bellos rayos de luz, ordenadamente le dediqué unos minutos a cada una de las cosas que precisaban realización. Para después dedicarle todo el tiempo necesario.
Como última tarea, me senté con cierta excitación y la empecé. Se resistía a ser tratada con sutileza y se agrietaba aumentando así mi nerviosismo. Lo logré. Pero ese sólo era la primera puerta, la primera llave. Y la segunda era más difícil y quebradiza. Fue con ella cuando descubrí mi exaltación.
También lo logré, no sin respetar las normas allí indicadas, y descubrí que tú también eres un excelente ajedrecista.
Complacida tanteaba con la mirada los esbozos ya perfeccionados de los ecos de las palabras encerradas en tu mente.
Ya dos cuartos de lo completo, terminados. Inspiré profundamente, a fin de tranquilizar este colibrí apasionado, para actuar con el pensar y de manera correcta y no arrastrada por el huracán de inconsciencia ardiente del cual era presa.
Dispuesta, comencé. Qué extraño... ¿Me estás retando? No. Tú no haces eso. Tú invitas.
Una invitación pues. La acepto. El entusiasmo recorre cada fibra de mi ser con un escalofrío de emoción.
Ya está. Me mostraste la puerta y estaba abierta, así que, sin más dilación, me equipé de lo necesario y como si alas brotaran de mis tobillos, corrí; no, volé, sin mirar atrás adentrándome en la lobreguez de la noche, tibiamente iluminada por la fastuosidad de la luna llena.
Con ella en una mano, y mi rosa de los vientos en otra, sabiendo perfectamente hacia dónde dirigirme, apenas llega el aire a mis pulmones, pero yo no advierto tal cosa hasta que mi garganta arde, arañada por el oxigeno que mi cuerpo, desesperado, intenta conseguir.
Aminoro mi paso y comienzo a ser consciente del cansacio corporal. Pero sigo andando, hasta que llego. Sigo los pasos... y no lo veo. No puede ser. Está aquí, lo sé, sé que está... Busco y busco, demasiado centrada en una idea. ¿Obsesionada, quizás? Casi alcanzo la desesperación.
Encuentro de pronto un pie de página; pero no, no me complace, ¡no me apacigua!
Vuelvo a respirar pausadamente y vuelta ya a la serenidad, vuelvo a buscar, sin límites, sin barreras. Y lo encuentro. Sonrío. ¿Ves? Sabía que estaba allí.
Permanezco unos instantes observándolo. Y me siento, bajo su amparo. Todavía queda el final, pero aún me queda valor y me enfrento.
Viendo que no es lo que esperaba, bajo la guardia y me empiezo a sumergir sin darme cuenta, más y más rápido; más y más profundo.
Veo unos labios y los beso. ¡son tus labios! Te beso y te siento, con mucha intensidad. Tanta que una lágrima minúscula logra escaparse de mi pupila encaramándose a mis pestañas y escondiendose en su espesura.
Ya separada de tus labios, aflojo mis músculos y apoyo mi espalda en la pared de piedra, cerrando los ojos, sonriendo al cielo, y respirando como ondas. Inspiración que abarca más que mi yo, y espiración que se hace cada vez más grande hasta difuminarse.
No recuerdo si caminé, si floté, si nadé en el asfalto o simplemente deambulé, sólo recuerdo que llegué a casa, que era más que suficiente.



viernes, 27 de septiembre de 2013

La dama que escribía cartas de amor.

Jacqueline paseaba por los cuidadísimos jardines franceses de su lujosa mansión, en un día vacío. Un día nublado pero muy luminoso. Paseaba sola, despacio, con su caro vestido rococó, con sus bellos y rubios rizos, recogidos cuidadosamente de lado, con su hermoso abanico vienés, cerrado, sujeto con las dos manos en el pecho.
Paseaba en silencio, sin proferir más que susurros con sus intermitentes suspiros.
Hacía tiempo que se había ido, hacía meses, no recordaba ya cuántos, que se había marchado sin ninguna despedida más que un profundo abrazo y una sonrisa viajera llena de entusiasmo e ilusión. Él, su compañero. ¿Dónde estaría ahora? 
Paró de andar, cerró los ojos inclinando levemente la cabeza, respirando profundamente. Llevaba ya 20 años utilizando corsets y no terminaba de acostumbrarse.
Recuperada ya, reanudó el paseo y se enfrascó nuevamente en sus pensamientos.
Sin noticias, sin nada, salvo su idea, el resto de su estela flotando por cada habitación de la casa... ya no podía entrar en su estudio sin que un enorme peso llenara su corazón empujándolo hacia abajo como si la gravedad quisiera arrancárselo del pecho. A veces ya no sabía si le costaba respirar por el corset o por la falta de oxígeno que originaba su ausencia. Triste, desgarrada en ocasiones, valiente y decidida en otras. Un océano de emociones y calma, mezclados, separados, vueltos a mezclar, como una marea, que siempre se mece, que nunca cesa.
En esos momentos ella padecía de su delirio mensual, su tiempo débil, y corrió, sujetándose las faldas con las manos y moviendo los hombros para darse impulso, hacia la gran casa. Una vez allí, se armó de valor y entró en el estudio. Hacía tiempo que no entraba y los pocos rayos de luz que invadían la estancia iluminaban las miles de millones de partículas de polvo que flotaban en el espacio como si de estrellas se trataran. Se quedó unos segundos en la puerta observando el espectáculo, respiró hondo y entró.
Se sentó con suavidad en la hermosa silla de madera tallada, enfrente del escritorio; cojió una pluma, negra como el azabache, introdujo su plumín en el tintero de tinta de agalla y con mucho cuidado, comenzó a escribir en un una hoja amarillenta. La hoja crujía bajo el ir y venir de los trazos del plumín. Así decía la carta:

     Querido compañero: Te escribo por enésima vez, como siempre, para contarte las cosas que pienso, siento y que me ocurren. Y nuevamente me quedo sin palabras.
     Lo cierto es que ahora me encuentro flotando, a pocos centímetros del suelo, sin llegar a tocarlo. No está el peso de tu racionalidad que me ayuda a estar pegada a él. Mi día a día pasa, y vivo, y aprendo, y evoluciono, pero... ¿qué hacer cuando extrañarte me supera? ¿qué hacer cuando nos veo abrazados en el hall de entrada? y pienso "¡oh, es él, está aquí!", más ¿cómo vas a estar si a quienes veo son a ti y a mi?
     Tu fantasma recorriendo nuestro hogar me reconforta, pero no quiero que mi felicidad penda del hilo de un recuerdo. No quiero quedarme anclada a ello. Así como evoluciono en lo demás, quiero evolucionar contigo. Sé que me amas y sé que te amo. ¿es esto suficiente?
     Soy feliz al moverme en ese ámbito. Soy feliz al saber que eres feliz y que estás bien. Y cuando pienso en ello se abre un hueco en los nubarrones y puedo ver unos fuertes rayos de luz. Aunque es verdad que extraño tu compañía, tu conversación, tu modo de expresarte, de mirar, de quitarle hierro al asunto, de reír, en definitiva, tu persona.

Continuó escribiendo, desahogando sus males, su dolor, su angustia, y al terminar de escribir la carta cogió la hoja de papel con cuidado y sopló sobre la tinta reciente para que se secase con más rapidez, dobló la hoja en tres y la metió en un sobre. Calentó el lacre y virtió 3 gotas que después presionó con un sello con su inicial. Una vez hecho eso cogió el sobre, lo miró durante varios segundos y, suspirando larga y profundamente, y cerrando los ojos, arrojó la carta al pequeño montón de cartas que había al lado izquierdo del escritorio de caoba. Miró durante unos segundos el remolino de polvo que había creado al caer el sobre sobre los demás. Una lágrima escapó y ella rápidamente se la enjugó, con la esperanza de no haber abierto el portón que sujetaba el mar que albergaba en su interior. Se levantó con la elegancia que nisiquiera la amargura podía destruir y solemnemente abandonó la estancia, cerrando las puertas tras de sí.



Lentamente, fue levantando los dedos del teclado, sin dejar de mirar a la pantalla del ordenador. Sus ojos estaban rojos y cansados de tantas horas delante de ella. Miró su reloj. 
-¿Las 4 ya? dios mío, como vuela el tiempo. 
Cerró los ojos para descansarlos mientras se estiraba en su silla, profiriendo un gran bostezo.
-Me parece que ya es suficiente por hoy, ¿ no crees, Layla?- dijo Narciso -. Llevas ya varios días acostándote a horas tardísimas y despertándote temprano. Este ritmo va terminar haciéndote enfermar.
-Lo sé, lo sé. Pero la editorial quiere el libro en menos de dos semanas- Dijo Layla, pasando la mano por sus cabellos -. He pensado ya un nombre para él: "La dama que escribía cartas de amor" ¿qué te parece?
-Me gusta. Pero ven a dormir ya, anda.
Layla se incorporó, después de apagar el ordenador habiendo guardado lo escrito, y siguió a Narciso a su habitación, pero se quedó unos segundos en la puerta de su estudio, miró hacia atrás y, con una cansada sonrisa, susurró:
-Buenas noches, Jacqueline.

jueves, 12 de septiembre de 2013

El sueño del alma enjaulada.

Como en casi todos los sueños que tenemos, nunca recordamos el principio. Y es más, ni siquiera dentro del sueño, si intentas recordar, logras saber cómo se inició el mismo.
Y así, por la mitad, es por donde ella se ve, caminando en una enorme casa, un palacio muy soleado, con gente que pasa a su alrededor. Es como un especie de casa-museo. Ella va junto a un grupo reducido que reconoce como familiares. Va caminando, despacio, a una cámara lenta tan sutil que apenas se nota, pero que le da belleza al movimiento.
Va paseando, observando todo atentamente, pero no sólo las obras de arte expuestas, sino las paredes de la casa, los jardines... la gente que pasa no le llama la atención salvo... un muchacho. Un muchacho que camina distraído, como mirando todo por encima, junto a un grupo reducido el cual, supone, son sus parientes. En un momento la traspasa durante segundo con la mirada. La ha visto, pero no la ha visto. No la ha percibido.
Ella se ha quedado congelada, observando lo que ocurrió. Continua caminando, subiendo pisos. Mirando las obras, las ventanas, los muebles. Hay un piano en la habitación en la que se encuentra ahora. Está cerrado. Va a salir de la sala cuando de pronto sus oídos captan el sonido de otro piano uno o dos pisos más abajo. Una melodía melancólica pero juguetona, feliz. Ella se vuelve a quedar congelada, mirando al piano. Se queda escuchando varios segundos, hasta que empieza a andar, primero lento y después con más firmeza hacia el piano. Abre la tapa, pero no hace nada. Cuando termina de sonar la melodía ella espera varios segundos en silencio, y después repite un trozo de la melodía principal de la canción que acaba de escuchar. Y para. Y escucha. Silencio. Al poco tiempo le responde el otro piano continuando la melodía donde ella la dejó. Ella se relaja y sonríe. Sabe que es él.
La melodía se detiene y entonces ella sabe que él la está buscando. Va a subir. Entonces, a toda prisa, cierra la tapa del piano, con cuidado, y sale corriendo de la sala.
A partir de ahí es borroso, imágenes sueltas. Se encuentran, pero no recuerda qué siente ni qué ocurre en esos momentos.

Y de pronto se despierta. Tiene frío, mucho frío.
Está en un lugar extraño, solitario y lleno de plantas.
No puede moverse.
A pesar de estar tapada siente todas las corrientes de aire y siente como su cuerpo se degrada.
Y de pronto aparece él, y ella sonríe en sus adentros.
Hace varios días que viene a verla, manteniendo charlas sin palabras, pero con sonidos.
Ese día ella tenía una propuesta para él.
Y él la aceptó.

sábado, 31 de agosto de 2013

La luna interior o La Pasión y la Razón.

Se salió. Se salió del camino que la llevaría de vuelta a casa, la ruta al hogar, su destino momentáneo.
Se paró en seco para decir: "no quiero" y dio media vuelta para marcharse de allí.
Descendió, emocionada, escaleras que la conducirían al frescor del lugar más allá de su zona de confort, y se encaminó abiertamente a la noche. 
Caminó. Caminó. Pensando sin pensar. Sintiendo y cavilando. Por el momento no había lucha, sólo caminaba. Y sus pies la guiaban, sin saber ella dónde. ¡mentira!, ¡falacia! por supuesto que sabía a dónde, pero no quería admitir su debilidad. 

Fresca, fría, pálida. La reina de la noche. Miro al cielo y te veo, pero... hoy no estás. Tu reino está vacío y oscuro y... ¿dónde has ido? Sin embargo te siento tan cerca. Tan... dentro. Y es allí donde estás si te busco. Esta noche la luna me ha absorbido y formo parte de ella. No está en el cielo, está en la tierra. Se diría que yo estoy fuera de mi, cuando en realidad es al contrario. Estoy demasiado dentro de mi. Doy gracias al vigor de mi racionalidad que me impide ser marioneta de esta arpía de la pasión, cuya fuerza esta noche me empuja con vehemencia.

Buscaba un destino, un lugar donde parar, pues si no andaría eternamente. O al menos hasta caer rendida.
Se iba acercando a su fragilidad, que a la vez era su balanza, y con unas alas batiendo con fuerza y progresivamente en su interior, fue aletargando sus pasos sin terminar de decidir.
Y así, sumida en indecisión, llegó a donde sin duda quería llegar.
Se sentó y observó. Cerró los ojos y escuchó, tratando de evitar la coherencia. Sólo buscaba el timbre de aquel sonido, y cuando lo oyó, una fuerte tensión que no había percibido fue diluida para su sorpresa y alivio.
El tiempo, la arena en su jaula de cristal, pasaba sin que ella pudiera notarlo.
Absorta en la calma se habría quedado allí para siempre. Sabía que debía tomar una decisión.
Dividió su interior en dos transformándolo en un ring donde poner a un lado su Pasión y al otro su Razón. Comenzó entonces el debate. La lucha.

Fue largo, sin duda. Y curiosamente ganó la Pasión ofreciéndole a la Razón argumentos coherentes, con peso, racionales... y aunque la batalla estaba ganada, de cuando en cuando la Razón volvía a susurrar en su oído "¿estás segura?".
Pasó el tiempo y en el momento que creyó oportuno cruzó, con sigilo felino, casi siendo parte del ambiente silencioso de la noche, la frontera y se adentró en el territorio. Se acercó a la transparencia con miedo. Cerró los ojos inspirando profundamente. Percibía cuántas ganas tenía de ver aquel océano de cielo. Sabía que se arriesgaba y que podía perder. Pero era su impulso y eso la hacía verdadera.


sábado, 17 de agosto de 2013

Noche de las Luces.

Esta noche, muchacho... esta noche te extraño.

Esta noche de lágrimas fugaces.
Esta noche de cuarzos que vuelan.
Esta noche en un lugar sin nombre.

Esta noche, muchacho; esta noche te extraño.

Esta noche no soy quien debiera.
Esta noche no poseo calma.
Esta noche, vacía y eterna.

Esta noche, muchacho; esta noche te extraño.

Esta noche no hay futuro en mi horizonte.
Esta noche soy débil, mi cielo.
Esta noche me empapo en tu ausencia.

Esta noche, muchacho; esta noche te extraño.

Con los ojos cerrados, como si en trance estuviera, mi mano acaricia mi cabello, suave, frío y mojado, recordando el frescor de tus manos.
En Uno, lavado del tiempo, brillan sus colores con fuerza, vivos como en su comienzo, y en mi fina muñeca se acunan.
Esta noche llevo conmigo tus 3 damas negras que alivian tu contundente falta.
Las pondré en mi regazo esta noche; lloraré con los astros que caen, que lloran conmigo, que lloran lejanos. Mientras, mi sonrisa será pintada con el pincel de tu recuerdo.

Ha vuelto mi arte esta noche. Ha vuelto sin ganas y huraño.
Y esta noche, muchacho... esta noche te extraño.

lunes, 5 de agosto de 2013

En lo más profundo...

Se despojó de todo.
De sus prendas, de su camino volante, de su amor suave y hasta de la libertad de plata de la cual, paradógicamente, era esclava.
Se despojó de todo.
Y entró en la zona blanca. Y agua fría, helada, cayó sobre su cuerpo, proporcionándole alivio.
Limpió la mugre de los días y el sudor de las angustias.
Y lavó su cabello nada más que con aquello que eliminase la suciedad del mismo. "Que sea. Simplemente". Y lo dejó ser.
El agua se deslizó por su rostro como lágrimas purificadoras.
Miles de cabellos, ya sin vida, se dejaron llevar por la corriente.
Y el agua paró de caer.
Ella salió, y así como estaba, desnuda, empezó a hablar. A hablar sin voz.
"¿Es posible tener celos de una misma, de tus propias virtudes?, ¿Es posible sentirse apartada de tu propio ser al estar siendo alagado tu propio ser?, ¿Es posible sentir que no es amada la persona que se es sino aquella que eres, siendo esto una completa contradicción?."
Se quedó callada esperando la respuesta.
"Ojalá mi cabellera fuera tan larga que cubriera toda mi vergüenza".

domingo, 28 de julio de 2013

La Despedida de las Gaviotas.

El fino polvo de agua
se crea con el movimiento;
crea colores de plata.
Sabe la mar si yo miento.

Grácil espuma que juega,
que coquetea graciosa,
danza junto a la marea;
del serio océano es esposa.

Y en su interior infinito
calma y sonidos ahogados.
Se desvanece mi grito.
Mis cantos son olvidados.

Miles de gritos agudos
sentencian mi despedida.
Sabe la mar qué sonidos
son los que abren la herida.


martes, 28 de mayo de 2013

Ojos de Cielo.

Azul. Azul celeste, puro, limpio y suave.
Brillante e iluminado. Brilla sin reflejo. Opaco pero alegre. Lúcido y feliz.
¿Qué más me ofreces?, ¿Me ofreces calma, armonía? ¿Me ofreces cordura? Dímelo, dime que me ofreces la oportunidad de poner los pies en la tierra. Dime que soplas mis mejillas sonrojadas y calmas el calor que asedia mi rostro con suave brisa de la tarde. Con sólo una mirada de esos ojos... que no es mirada, es vida que fluye, energía positiva que fluye sin descanso.
Polo opuesto. Complementarios.
Una sonrisa eterna que tiene vida propia. Resplandeciente como un astro, como el propio sol. Es alegría.
Todo luz.

¡Colibrí, colibrí! tu aleteo me agota, me deja sin energías. Tu revoloteo desordena el espacio de mi interior, el cual se hace más pequeño... ¿o eres tú, colibrí, el que se hace más grande dentro de mí?
Calla, calla. Silencia tu canto, canto henchido, que revienta, que cree morir de tanta risa sin razón de ser, carcajadas sanas que luchan por escapar a cada segundo de un cuerpo oprimido. ¡Es real, es real! Lágrimas tan calientes como la calidez que ofrecen las imágenes que por mi mente pasan sin ser invitadas.

¿Qué más? ¿Hay más? No se puede explicar. ¿Para qué? Ya se conoce. Es siempre el mismo y siempre único. Cada astro en el cielo, cada estrella parece igual a la otra... no lo son. Lo mismo ocurre. Pero aun siendo el castellano uno de los idiomas más ricos en cuanto a cantidad de palabras siempre son las mismas las que te dan vida, las que te describen: sentimiento profundo. ¡Por qué no habrán más!, ¡infinitas, quiero infinitas! como aquello que ahora corre por mis venas tan deprisa que me marea y me hace estúpida.

Siempre ahí, en los rayos del sol más fuerte. Siempre presente, pero sin estar. En una burbuja que no veía más que por encima. Claro que te vi. Día tras día, sin reconocerte. Sin conocerte. Hizo falta la tormenta interior y exterior más fuerte que asedió mi vida para que abriera los ojos al mundo que tenía delante y dejar de mirar al que ya no existía y al que todavía no había llegado. Necesité fuerte granizo golpeándome en la cara para despertar con lágrimas en los ojos y ver que en realidad merece la pena salir de vez en cuando de la cueva cálida para ver la primavera despertar y no ivernar en un eterno invierno propio. Que la luz del sol de vez en cuando hace bien.

Y esa nana, que resuena dando vida a las palabras, a las frases que se escriben solas y reflejan lo que dentro de mi está despierto, es tuya.
Y mía.





sábado, 13 de abril de 2013

La carta interior.

Y aquí, en medio de la oscuridad, en el silencio de la madrugada, se sienta y escribe.
Como el dolor que produce el alcohol en contacto con la carne, con la herida abierta, allí ella se sienta y escribe, dejando que las lágrimas guíen su mano trazando largas palabras, largas y pesadas palabras que puedan aliviar el vacío, o simplemente que puedan llenarla.
No comprende cuanto tiempo ha de pasar. No comprende el tiempo que debe esperar y no entiende como fue que sucedió si iba a tener final. No comprende porque ocurrió si luego iba a convertirse en nada, en polvo, en fantasmas...
No entiende como algo tan fuerte, tan grande, tan natural, real y verdadero terminó siendo ceniza. Ni siquiera ceniza, porque la ceniza ya es algo, puedes palparla. Terminó siendo nada. La nada absoluta. Una nada tan inmensa que llena su interior. Lo llena de vacío. De un vacío inmundo.
No le cabe en la cabeza el que ahora deba transformarlo. Que tenga que transformarlo para estar bien. Porque ¿Qué otro fin puede tener tal sentimiento? Y si ese es su fin, tiene sentido, y debe hacerse.
No puede... no puede llegar a ver que algo tan importante, no lo era. No quiere ni pensar que todo lo que ha dado, que todo lo que ha sacrificado ha sido en vano.
Su cuerpo se estremece tratando de respirar.
Solo escribe bagatelas, solo apunta datos en lo tenebroso de la noche que ahora no significa nada para ella, salvo un mundo de calma que le ayuda a evadirse. <<La melancolía es tan dulce>> Piensa ella. <<Te atrapa como la tela de araña, es hermosa, brillante y atractiva; y te llama... y tú vas. Y te amparas bajo su calidez. Calidez en la cual si te dejas envolver terminará por llevarte a la muerte.>>
Quiere pensar que habrá más, o no eso, que encontrará al verdadero, porque si él no fue, en algún lado estará el que sea. Y espera que esté. Espera desesperadamente que esté. No que llegue aún, si no es su momento, pero que esté, sí. Lo espera y lo desea.
Le aterroriza lo que ve por delante. Le aterroriza su inmeso vacío interior. Y le aterroriza el mundo.
Percibe con rabia y con dolor que todas las cosas que quiere ser, en las que se quiere convertir, lo que quiere aprender, tengan como fin un reencuentro. Le da rabia no poder avanzar.
<<Oh, por favor... si estás ahí...>>. Silencio. Sólo se escuchan sus sollozos. Pero, ¿Quién los escucha? Ella no, porque está absorta en sus pensamientos. Y nadie salvo ella está despierto en esta fría madrugada de Abril.
Poco a poco se ha ido calmando, y su tormenta interior amaina lenta y progresivamente.
Está horrible. Con la cara húmeda e hinchada. ¿Quién dijo que una mujer llorando es hermosa?
Ella sólo busca la paz. La armonía. El equilibrio.
<<Libra... balanza de mi carácter. Sal a la luz, pues no te encuentro.>>
Con el tiempo se tranquiliza. Y volverá la luz del día y ella sonrreirá a la libertad de la cual es dueña. Su libertad. Y podrá ver que está donde tiene que estar y que sin duda está sana. Y está feliz.
Y sólo en las noches más oscuras su alma sensible abrirá la herida, sacará a flote sus recuerdos, y ella sucumbirá, cada vez con más parsimonia y templanza, a la llamada de sus sentimientos. Hasta que al final, o eso desea ella fervientemente, la herida no sangrará, y ella, con total indiferencia, verá que no tiene sentido todo esto. Que nada tiene sentido. <<Que mente tan joven, qué poca experiencia...>>. Y en ese momento las únicas lágrimas que saldrán serán por el resentimiento a que no haya otra manera de aprender que a base de experiencias dolorosas, que sólo te hacen perder mucho, mucho tiempo y que, si no posees la fuerza suficiente, pueden matarte.
Y esa es la vida.

Posdata: tú lo sabes.

viernes, 15 de marzo de 2013

Rosa seca; Alma libre.

Mira a su alrededor. Da vueltas sobre si mismo.
Un ente humano.
Va repasando todo lo que ve, analizándolo.
Esta desesperado. No reconoce nada. Lo ve; lo percibe. Sabe que lo conoce, y sin embargo no lo entiende. No entiende lo que ve. Y no se atreve a dar un paso. Tiene miedo. Tiene miedo de avanzar y golpearse.

Ya lo había visto. Había vuelto a encontrar el camino y la luz; había vuelto a perder el miedo. Se había encontrado y había encontrado también la fuerza para correr y dejar que el viento se llevara las lágrimas que parecían haberse asentado para siempre en sus ojos. Y de pronto... se le hiela la sangre.

Eres un fantasma. Aún lo eres. Y lo sabes. Y si no lo sabes es porque no quieres.






lunes, 14 de enero de 2013

Labios de consciencia.



En el suave y aterciopelado contorno del origen de sus coloquios, 
se encontraba una brecha.
Ésta era estrecha,
y cada vez que se tensaba el contorno, la brecha se abría, sangrando entonces.

Como una paradoja, la tristeza era la única cura, mas la alegría acecha en cualquier rincón y de vez en cuando salta, turbando la rutina de nuestro carácter. Es entonces cuando el dolor y la felicidad crean un excitante híbrido del cual se crea adicción. El salado sabor de la sustancia resulta desagradable, más si realmente se desea aquello a lo que se es adicto, la capacidad de ignorarlo hace que te acostumbres a ello y tu cuerpo termine no por no sentirlo, si no por aceptar esa constante sensación y asumirla como propia.
El tacto va palpando, ciego, curioso, la explanada. Toquetea sin descanso la zona débil. Busca salientes y rasga, morboso, hasta que en ocasiones el dolor frena su constante ruda caricia y es entonces cuando para, temeroso y expectante, esperando; pero la curiosidad vence al miedo para entrar de nuevo en el juego que se repite sin descanso, y va cada vez más lejos, hasta que llega al límite, porque todo posee uno. Ahí termina. Hasta que el dolor pasa y el cerebro olvida; entonces, curioso, vuelve a tropezar en el error, enfrascándose en un círculo vicioso del cual no se puede salir más que con la voluntad.
Pero, ¿Quién desea la voluntad cuando el dolor crea arte?


jueves, 3 de enero de 2013

La sinfonía del rocío.

Era ya bien entrada la madrugada.
Era una fría mañana de Enero y ella huía con paso ligero; huía del bullicio, del ruido, del humo, de la gente, de todo.
Cavilando.
Tan concentrada iba en sus pensamientos que habría sido inútil después intentar recordar el paisaje por el cual había transitado.
Derrepente frenó su marcha. Paró en seco y escuchó.
La niebla invadía la zona y la humedad se deslizaba por el ambiente, con avidez.
Ella observó. Escuchó.
Las brillantes gotas que colgaban de los árboles, movidas por la brisa temprana, caían sobre las rocas creando un dulce tintineo.
Ella suspiró. Giró sobre sus talones reanudando su marcha.
Pero nadie sabía que una lágrima se había fugado, de improviso, de uno de sus grandes y grises ojos; y al caer y golpear la roca creó el tintineo más hermoso de todos.
Nadie lo sabía ni nadie lo supo. Ella tampoco.
Y la luna la miró con ternura sonriendo levemente.