sábado, 31 de agosto de 2013

La luna interior o La Pasión y la Razón.

Se salió. Se salió del camino que la llevaría de vuelta a casa, la ruta al hogar, su destino momentáneo.
Se paró en seco para decir: "no quiero" y dio media vuelta para marcharse de allí.
Descendió, emocionada, escaleras que la conducirían al frescor del lugar más allá de su zona de confort, y se encaminó abiertamente a la noche. 
Caminó. Caminó. Pensando sin pensar. Sintiendo y cavilando. Por el momento no había lucha, sólo caminaba. Y sus pies la guiaban, sin saber ella dónde. ¡mentira!, ¡falacia! por supuesto que sabía a dónde, pero no quería admitir su debilidad. 

Fresca, fría, pálida. La reina de la noche. Miro al cielo y te veo, pero... hoy no estás. Tu reino está vacío y oscuro y... ¿dónde has ido? Sin embargo te siento tan cerca. Tan... dentro. Y es allí donde estás si te busco. Esta noche la luna me ha absorbido y formo parte de ella. No está en el cielo, está en la tierra. Se diría que yo estoy fuera de mi, cuando en realidad es al contrario. Estoy demasiado dentro de mi. Doy gracias al vigor de mi racionalidad que me impide ser marioneta de esta arpía de la pasión, cuya fuerza esta noche me empuja con vehemencia.

Buscaba un destino, un lugar donde parar, pues si no andaría eternamente. O al menos hasta caer rendida.
Se iba acercando a su fragilidad, que a la vez era su balanza, y con unas alas batiendo con fuerza y progresivamente en su interior, fue aletargando sus pasos sin terminar de decidir.
Y así, sumida en indecisión, llegó a donde sin duda quería llegar.
Se sentó y observó. Cerró los ojos y escuchó, tratando de evitar la coherencia. Sólo buscaba el timbre de aquel sonido, y cuando lo oyó, una fuerte tensión que no había percibido fue diluida para su sorpresa y alivio.
El tiempo, la arena en su jaula de cristal, pasaba sin que ella pudiera notarlo.
Absorta en la calma se habría quedado allí para siempre. Sabía que debía tomar una decisión.
Dividió su interior en dos transformándolo en un ring donde poner a un lado su Pasión y al otro su Razón. Comenzó entonces el debate. La lucha.

Fue largo, sin duda. Y curiosamente ganó la Pasión ofreciéndole a la Razón argumentos coherentes, con peso, racionales... y aunque la batalla estaba ganada, de cuando en cuando la Razón volvía a susurrar en su oído "¿estás segura?".
Pasó el tiempo y en el momento que creyó oportuno cruzó, con sigilo felino, casi siendo parte del ambiente silencioso de la noche, la frontera y se adentró en el territorio. Se acercó a la transparencia con miedo. Cerró los ojos inspirando profundamente. Percibía cuántas ganas tenía de ver aquel océano de cielo. Sabía que se arriesgaba y que podía perder. Pero era su impulso y eso la hacía verdadera.


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