domingo, 10 de abril de 2016

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  Había una vez, una chica que tenía el pelo castaño oscuro, y una extraña y sin razón pasión por las personas de cabello de cobre. Pero, aunque cualquier pelirrojo/a natural es y era válido, los más especiales tenían características concretas. Tienen que tener el pelo rizado, los ojos claros y pecas merodeando las mejillas y la nariz.
   Desde muy pequeña quería casarse con un japonés porque le gustaban los chicos con rasgos afeminados y con los ojos malamente conocidos como "achinados". Le gustaba lo andrógino, y los pómulos marcados. Y labios gruesos, a ser posible.
   Érase una vez que se era, una niña que lloraba con las películas de amor, y se enfadaba, dolorida, porque al final de la película, el niño y la niña no acababan juntos, enamorados. Después de todas esas aventuras, de plantar y devolverle la vida a un jardín, ¿van y no acaban juntos? ¡vaya estafa!
   Había una vez una chica que admiraba a otra niña de su clase, y le regalaba su admiración a través de dibujos, porque soñaba con ser como ella porque tenía todas las condiciones y virtudes (salvo alguna, como la modestia) que ella quería tener, sin ser consciente de que ella también las tenía todas; pero no las veía, porque tenía los ojos mirando hacia la niña rubia de ojos azules que gustaba a todo el mundo. O eso creía ella.
   Érase una vez, una niña que quería enamorarse. Que no sabía nada del amor, y lo sabía todo. Pero le gustaba más sentir el amor en su soledad. De lejos, sin correspondencia. De este modo, se mantenía vivo siempre y nadie podía hacerle daño, no mortalmente.
   Hubo un tiempo en el que había una muchachita que nunca fue suficiente para ella porque fue insegura en un momento de extrema vulnerabilidad en la que la aplastaron ideas negativas y contrarias de su persona.
   Que nunca era el momento adecuado porque "no, cuando sea un poco más delgada, ya podré ser feliz". "No, cuando encuentre la fuerza de voluntad para estirar cada día, y cumpla mis objetivos, podré darme un respiro". "No, porque tienes que sacar buena nota y saber muchas cosas, y leer mucho, porque te gusta leer, te encantaba leer. ¡De niña nisiquiera sabías leer y te quedabas dormida con un cuento en la cara!". "No, podré ser feliz cuando pase esto, o lo otro, porque las cosas cambiarán de forma tan radical que no tendrás más remedio que cambiar tú". "No, cuando encuentres quién eres podrás ser feliz."
   Había una vez una niña que lloraba cuando una canción tenía acordes menores. Y cuando no los había también. Y no porque estuviera triste. Que a veces lo estaba. Sino porque era una niña de lluvia. De soledad. De días grises. De historias tristes y tardes silenciosas. Y no quería ser así porque eso a la gente no le gusta y ella quería gustar. Ella quería que la quisieran.
   Érase una vez, una pequeña muy influenciable e ingenua. Tenía la cabellera larga como una princesa. Sagrada. Una señora le dijo que tenía miedo de que "se pisara el pelo" (¡imposible, señora, el pelo le llegaba como mucho al culo!), y la niña, aterrorizada, se lo cortó por los hombros. No supo perdonarse haberse creído esa tontería. No supo perdonarse haberse sentido tan estúpida.
   Hubo entonces, una chiquilla a la que le gustaba las cosas porque las leía. Le gustaban los geranios con flores color rosa salmón porque aparecían en un libro donde la protagonista era pelirroja y algo pasaba con aquellas plantas. Nunca le habían gustado, nisiquiera sabía qué era un geranio. Pero a ella le gustaba los geranios de flores color rosa salmón.
   Érase una vez una muchacha cuyo primer orgasmo fue a los 14, su primer beso a los 15, su primer gran amor a los 16, su primer porro a los 19 y su primera y gran borrachera a los 21.
   Había una vez una mozuela que aprendió a bailar danza del vientre imitando a Shakira, y siempre lo ocultó por miedo a que se burlaran de ella, porque no se sentía con las fuerzas ni con la inteligencia para argumentar una defensa a la persona que admiraba.
   Hubo una vez una chiquilla que se obligaba a hacer cosas hasta el punto de aborrecerlas porque "es lo que querías hacer, y es lo que quieres hacer, ¿no? Joder, ¿ya has vuelto a cambiar de opinión? así nunca llegarás a nada."
   Había una vez una niña a la que le gustaba mirar a escondidas el libro ilustrado, dorado y erótico de sus padres (porque ellos no querían que lo mirara, pero no se molestaban demasiado en esconderlo bien), y le agradaba, aunque en cierto punto incomodaba, el cosquilleo que se formaba en la parte inferior de su cuerpo, sin conocer todavía que eso era excitación.
   Érase una vez una chica que quiso estudiar piano, pero estudió violín. Y cuando estudió piano, no tenía con qué practicar. Y después tocó el bajo, y luego el ukelele, después de un estruendoso fracaso con la guitarra y un melancólico consuelo con el ukelele.
   Había una vez una adolescente que quería cantar, y hacer mil cosas, y se le ocurrían formas distintas de hacerlas y las desechaba porque no veía en ninguna parte una prueba de algún intento anterior de cualquier otra persona, por lo que lo daba por inviable, desconfiando así de su intuición y de sus impulsos, hasta que leía/oía/veía alguien o algo que le indicaba que eso era posible. Entonces pensaba "... jo, ¿por qué no lo hago, en lugar de pensar tanto?".
   Hubo una vez una chica que, durante un corto periodo de vegetarianismo, viajó una pata de jamón en una maleta despachada a Suiza. Y que no pudo volver a ser vegetariana porque no podía ser feliz sin fuet ni milanesas.
   Érase una vez que se era, en un reino muy muy lejano, una joven a la que sólo le gustaba comer con cubiertos elegantes, con un vaso distinto al de los demás y que tenía por lo menos 7 tazas, e in crescendo. ¡Ah! y también se llevaba termos de té al salir de fiesta porque no bebía alcohol.
   Hubo una vez una chica que, por amor, acogió y vivió con su pareja siendo adolescente. Hubo una vez una chica que, por amor, movió a gente hasta en argentina porque no tenía el pasaporte en regla y le iba la vida en volar a Bruselas. Hubo una vez una chica que, por amor, se quedó durmiendo una noche en el sofá de un desconocido por no dormir en un portal en enero.
   Había una vez, una mujercita a la que la música apenas le duraba unas semanas y ya necesitaba conocer algo nuevo. Hubo una vez una chica a la que le gustaban los libros. Primero por la portada, después si el título le convencía, y ya definitivamente si la sinopsis le llamaba la atención.
   Érase una vez una chica a la que le gusta los gatos. Y tenía uno excesivamente parlanchín y dependiente. Le da ansiedad cuando llega cansada de la universidad y el gato no para de maullar en un registro demasiado agudo para las horas que son. También le gusta los caballos. Y las casitas de muñecas. Y "Sexo en Nueva York".
   Le gusta los libritos ilustrados de manera sencilla y con humor personal. Le gusta el personaje Miguelito de Mafalda. Y Liniers. Y los conejitos suicidas. Y las Hadas de Alan Lee.
   Hubo una vez una chica que, de vez en cuando, necesitaba hacer locuras, cosas de las que al día siguiente se hiciera jurar (aunque cada vez con menos convicción dadas las circunstancias) que no volvería a hacer nada parecido.
   Había una vez una niña que se echó a llorar porque de mayor no quería ser gorda. Hubo una vez una niña que se puso triste porque le dijo a su mamá que ella quería vivir comiendo sólo fruta y su madre le dijo que eso no era posible, que al final moriría por falta de otras cosas que te proporciona el resto de alimentos.

   Y podría pasarme la noche entera hablando de esta chica. Y eso que no he hecho más que empezar a conocerla.