sábado, 25 de enero de 2014

Delirios de Enero.

Ayer no hice nada con mi cuerpo.
Nada de cuanta destrucción deseaba. Y cuando me levanté en cama ajena recordé que anoche no quería dormir en el hogar; me alegré profundamente de haber sido dueña de mi misma.

Deseaba hacer el amor con la música, ¿cuándo perdí la pasión?

Conocí una historia que me conmovió tanto y de tal hermosura que tuve que luchar por no sumergirme de tal manera que no supiera cuál era la mía.

Salgo a la ciudad; temprano.
Camino como una fuerza, como una sombra negra, desfilando. Hoy no conozco la ciudad. No la veo más que para evitar chocarme. No sé dónde estoy. Sé a donde voy.



A veces tengo tanta hambre de tu presencia que deboraría tu ausencia. Pero preferiría mil veces más danzar día y noche con ella que padecer el vacío de no tener ni una ni otra.

Y en mi hambruna recibo tus palabras; pero no son tuyas. ¿Qué más da de quién sean las palabras si lo que me envías es un mensaje, un concepto?
El placer y la angustia se funden. Se confunden.

Soy una desaparecida de mi realidad.

Camino por mis bosques de luz; te estoy buscando. Pero, ¡no quiero encontrarte! no aquí, no en mis bosques. Entonces, ¿por qué te busco?

Te marqué como objetivo, como meta: aquellos árboles altos, altos. Recorro mi maleza, mi metáfora.  En lo que yo creí apenas segundos ya estaba allí. Pasé de largo conscientemente, para sentarme un poco más allá. Quizás para poder mirarte mejor. Porque eso quiero...

No quiero alcanzarte, porque aquí no eres real.
Quiero alzar la vista, chocar contra la tuya y desacerme en cascada de instante.



Y en hermoso pasto verde me quedo plácidamente dormida, con el tibio sol impidiendo que mi cuerpo se enfríe.
Cuando abro mis ojos, veo que he aterrizado.