lunes, 16 de diciembre de 2013

Cuerpo de barro, ánima de viento.

De las caricias de los días de velo de seda por su rostro, un suave susurro de los pasos del tiempo le hacían percibir que había movimiento. Siendo inconsciente de cuánto, sólo convencida de la existencia del mismo, miraba su camino a través de un opaco cristal. De su cajita de cristal.
Recogida en su esencia, sin sus dedos enterrados en la tierra húmeda pero activadora, sobrevolando, sólo pisaba su sombra, dejando poco menos que huella en el recuerdo vago. Su inteligencia, en la cima, sufría de vértigo, intentando, con su plática, aportar contundencia al portador, procurando así un camino de descenso. A veces, estando ya exhausta, simplemente dormitaba en el flote pasivo.


Cambió de rumbo, dejando al portador; un segundo, un instante.
Le resultaba sencillo cambiar la escenografía. Esta ocasión resultó tener diferencia en su exagerada falta de ficción. Una minúscula aguja que danzaba en una falda de realismo, pista de baile violeta y flexible, cuyo hilo de Jacarandá cosía y perfumaba mediante el uso de su imaginación. Estaba allí. Con escenario de calle y atrezzo de humo y ruido.
No se planteaba las razones de las peculiaridades de su estar, ni tan siquiera por el traspasar de las miradas de los entes transitorios. Ni aún con un traspasar físico.

Como en aquel sueño que tan antiguo resultaba ya, con andar decidido, errante enmascarado, sigue sin ojos, sin ver que está ahí, sin verla. Rasgo que permanecerá en esta ocasión.
Acompañó sus quehaceres como sombra transparente y de susurro inaudible. En incontadas ocasiones hojas de mar se habrían evaporado desprendidas de su pupila, de no ser por su incorporeidad, de gozo. El temor se había evaporado como el agua de dicha ficticia y ella fue libre de mirar con embelesamiento sin más preocupación que la de percibir su propio rubor abstracto.
Quiso tocarlo. Se deshizo innumerables veces siendo presa de su debilidad ante aquel repiqueteo.
Tampoco esta vez fue consciente del tiempo, sólo del disfrute del sosiego que la propia inconsciencia temporal le otorgaba, y cuando advirtió el final del acercamiento etéreo, vívido para uno, inexistente para otro, resolvió a tragarse el nudo de cuerdas vocales, de sinfonía de gritos y silencios, y arriesgar.
Desbocado habría sido si hubiese poseído un palpitar. Se colocó de frente, a la espera del paso. Él avanzó de manera enérgica; la traspasó y ella se descompuso como niebla, para volver a unirse en cuestión de segundos, con sonrisa inmaterial, ojos cerrados. El impulso frenó y, notándolo ella, se giró. Giraron a un mismo tiempo. Desconcierto en el rostro de astro que no acierta a comprender...
... entonces sí que nacieron hojas de mar.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Dos caras.

No tengo fuerzas, y camino. Camino arrastrando los pies en esta noche tranquila.
Sin querer pensar en qué, te escribo, ¿Quizás esta noche esté yo abierta?

Caminó avanzando por el pasillo blanco de entero mármol y de altísimas columnas. Caminaba hacia un final, hacia la puerta del fondo, del color de las perlas. No había luces en el camino, salvo la que provenía del interior de la sala, detrás de la gran puerta, que se colaba por sus rendijas.

Agarro una hoja en blanco y una pluma de tinta negra y empiezo a escribir. Como si pensara en voz alta... y no me convence. Suelto mi cabello como cada vez que estoy de mal humor.

Avanzaba muy lentamente, descalza sobre el frío suelo. Alerta ante cualquier ruido extraño, pero todo estaba en silencio profundo. Tímida y curiosa, sin volver la vista ni los pasos atrás. Alargó uno de los brazos y estirando los dedos continuó caminando mientras éstos acariciaban la pared. Maravillada con su suavidad.

Me he quedado medio dormida en el calor y calma de mi sofá, con un felino abrazando mis piernas y los pies tan fríos que no me dejan pensar. Abriendo los ojos con suavidad no se mueve en mi cuerpo nada más que mi pecho, con el ritmo acompasado de mi respiración. Y cierro los ojos de nuevo.

A medida que se acercaba a la puerta se iba poniendo cada vez más nerviosa, pero no frenaba su marcha, que, aunque lenta, era constante. Sabía que no tenía la llave y no quería interrumpir. Ya estaba llegando... llegó. Se paró frente a la puerta, miró a través del agujero de la cerradura y sólo vió luz y oyó el sonido de ecos de una risa cantarina. Llamó a la puerta. TOC TOC.

Despierto otra vez; una sensación incómoda tiene mi cuerpo invadido.
Algo me remueve por dentro. Tengo arcadas.
Tengo un nudo en la garganta, algo atragantado más bien, ¿una frase...?
Quizás lo único que necesite esta noche sea plantarme frente a ti, decirte de manera concisa cuánto te amo, y marcharme de allí sin más.

-¿Adelante?
Ella sonrió, giró el picaporte y entró.