jueves, 3 de enero de 2013

La sinfonía del rocío.

Era ya bien entrada la madrugada.
Era una fría mañana de Enero y ella huía con paso ligero; huía del bullicio, del ruido, del humo, de la gente, de todo.
Cavilando.
Tan concentrada iba en sus pensamientos que habría sido inútil después intentar recordar el paisaje por el cual había transitado.
Derrepente frenó su marcha. Paró en seco y escuchó.
La niebla invadía la zona y la humedad se deslizaba por el ambiente, con avidez.
Ella observó. Escuchó.
Las brillantes gotas que colgaban de los árboles, movidas por la brisa temprana, caían sobre las rocas creando un dulce tintineo.
Ella suspiró. Giró sobre sus talones reanudando su marcha.
Pero nadie sabía que una lágrima se había fugado, de improviso, de uno de sus grandes y grises ojos; y al caer y golpear la roca creó el tintineo más hermoso de todos.
Nadie lo sabía ni nadie lo supo. Ella tampoco.
Y la luna la miró con ternura sonriendo levemente.

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