sábado, 13 de octubre de 2012

La eterna espera.

Cambió. Y ya no era lo mismo.
Se pregunta. ¿Qué pasó? más no comprende. Todo está en orden aparentemente. Un tumulto de sentimientos como torbellinos asolan su interior sin dejar espacio a la razón, que rara vez puede dar su opinión en tan enzarzada discusión.
¿Y qué es el cuerpo ante tal situación, ante tal batalla, sino un mero objeto portador?
Se le deja de lado y sin cuidados comienza a deteriorarse, a estropearse. No funciona correctamente. La razón avisa, pero el dolor empuja y hace oídos sordos.
Noches, días y más noches perdida en medio de una gran guerra.
La espera se hace eterna. La lucha cada vez es menos intensa y va ganando la razón con parsimonia.
Pero aún así, nunca nada es horizontal ni constante. Hay subidas y bajadas todo el tiempo. La razón sube, y el dolor y la angustia tiran hacia abajo. El portador vuelve a ser cuidado y ya funciona correctamente.

¿Qué pasó con lo que era? ¿cómo, de pronto, ya no es una necesidad... es prescindible?. Ella no comprende y llora. Siente una lejanía conocida, lo cual hace que el dolor sea más llevadero. Pero la angustia de no saber cuánto durará, si terminará y cómo terminará, bien o mal, la consumen.
En ocasiones surge un punto de vista que le hace ver esa situación como una salida, como un avance, pero en seguida es derrumbado por la enorme cantidad de miedos y sentimientos que alberga dentro.
Ella mira por la ventana mientras lágrimas nostálgicas pasean simultáneas una en cada mejilla.
A pesar de tanta confusión y tanta lucha interior, tiene una cosa clara: nunca dejó ni dejará de amarle.

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