Desde muy pequeña, desde antes incluso de poder recordar, he tenido esos fantasmas coloridos esperándome, día tras día, sin que pasara uno en que no fuera de este modo, y hoy no pinta diferente la ocasión.
A punto de un viaje de negocios; pudiera llamarse así, pues ya todo es un negocio a estas alturas de la evolución humana. Incluso... más bien más que nada, el amor mismo.
Como iba diciendo, a punto ya de un viaje de negocios, el fantasma, en su versión adulta, estaba allí estirado, esperándome. Expectante.
Me iba de viaje y aquella persona lánguida, sin cabeza, pero exquisitamente vestida, esperaba ansiosa, pues no le tocaba una velada común: había de esperar 4 jornadas a que mi cálido cuerpo penetrara en ella para poder cobrar vida.
Me miraba intensa e interrogativa. ¿Qué es tan importante para que tenga que esperar más tiempo para vivir?
¿Qué podía hacer yo? No tenía tiempo para parar, sentarme y explicarle la situación. Uno tiene una vida y parece que no puede pararse a dar explicaciones cuando se vive en un mundo donde se es esclavo de las agujas del reloj. ¿Cómo explicarle que estaba preparada, y que, aún así, vería pasar a sus compañeras durante cuatro jornadas vivir antes que ella?
Se trataba de un tema un tanto peliagudo, así que preferí no decirle nada y esperar a que, cuando le tocara el turno, entendiera que, a veces, vale la pena sencillamente esperar sin respuestas. Muchas veces, tras ello, viene un gran acontecimiento.
Simple y Hermoso
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