sábado, 22 de octubre de 2016

La ropa que espera al día siguiente.

   Desde muy pequeña, desde antes incluso de poder recordar, he tenido esos fantasmas coloridos esperándome, día tras día, sin que pasara uno en que no fuera de este modo, y hoy no pinta diferente la ocasión.
   A punto de un viaje de negocios; pudiera llamarse así, pues ya todo es un negocio a estas alturas de la evolución humana. Incluso... más bien más que nada, el amor mismo.
   Como iba diciendo, a punto ya de un viaje de negocios, el fantasma, en su versión adulta, estaba allí estirado, esperándome. Expectante.
   Me iba de viaje y aquella persona lánguida, sin cabeza, pero exquisitamente vestida, esperaba ansiosa, pues no le tocaba una velada común: había de esperar 4 jornadas a que mi cálido cuerpo penetrara en ella para poder cobrar vida.
   Me miraba intensa e interrogativa. ¿Qué es tan importante para que tenga que esperar más tiempo para vivir?
¿Qué podía hacer yo? No tenía tiempo para parar, sentarme y explicarle la situación. Uno tiene una vida y parece que no puede pararse a dar explicaciones cuando se vive en un mundo donde se es esclavo de las agujas del reloj. ¿Cómo explicarle que estaba preparada, y que, aún así, vería pasar a sus compañeras durante cuatro jornadas vivir antes que ella?
   Se trataba de un tema un tanto peliagudo, así que preferí no decirle nada y esperar a que, cuando le tocara el turno, entendiera que, a veces, vale la pena sencillamente esperar sin respuestas. Muchas veces, tras ello, viene un gran acontecimiento.

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