sábado, 27 de agosto de 2016

El pequeño robot que tenía la cabeza descolgada.

Había un robot pequeño.
Pero... ¿pequeño para quién? en un mundo de robots quizás pudiera ser un robot pequeño, pero este no es el caso que estamos relatando.
Éste era un pequeño robot en un mundo de humanos, y su tamaño no distaba del de aquellos con quien coexistía; su forma tampoco era muy diferente. Aún así, era conocido como el pequeño robot.
Este nombre se debía a que, desde el origen de su existencia, hecho totalmente desconocido, llevaba lo que sería su cabeza descolgada de aquello que podríamos llamar su cuerpo; con ello y un andar lento y distante, creaba la imagen de alguien que camina con la cabeza gacha. Como un pequeño anciano, encorvado y triste.
Esa imagen que proyectaba fue la que le dio su nombre.
Era azul.
Su cabeza, unida al cuerpo por un conjunto de tres cables, uno azul, uno rojo y uno amarillo, era arrastrada por las sucias aceras de la ciudad, y chirriaba como lamentando, abatida, su suerte. Los cables eran agarrados con desgana por la mano derecha del robot, como quien pasea un perro salchicha entrado en años.
No hablaba con nadie, y nadie hablaba con él.
Era normal topárselo caminando con su inmutable parsimonia. Siempre andando al mismo ritmo. Nunca aceleraba, nunca se paraba. Al menos, es algo que nadie ha visto.
Paseando tanto en las alamedas vacías cuando el sol caía somnoliento, como en las atestadas calles de el centro de la urbe.
Sin embargo, a pesar de este talante, este robot no fue nunca un elemento que destacara en aquel escenario gris e insulso que era esa gran ciudad. Sencillamente, su existencia teñía la atmósfera de la ciudad de un otoño eterno. Como si el final del sol fuera a llegar en cualquier momento, pero nunca fuera así.
Se conoce que siempre estuvo allí, aunque nunca se supo cuándo fue el comienzo de ese siempre.
Un personaje tan curioso... No obstante no era nadie en la historia de esa ciudad. No era nadie para nadie.
Si tan sólo una persona, una sola, se hubiera parado un segundo a mirarlo. Quizás se habría percatado de todo lo que tenía por contar la imagen de aquel pequeño robot.
La poesía habría inundado la gran ciudad, los cuadros más dispares llegarían al otro extremo del planeta, los libros narrarían historias, cada cual más inverosímil, sobre el desconocido pequeño robot.
Sería un ente célebre.
Quizás incluso le amarían.
Pero...
¿Quién tiene tiempo de parar a mirar, hoy en día, en una gran ciudad, gris, insulsa, apresurada y triste?

No hay comentarios:

Publicar un comentario