lunes, 1 de agosto de 2016

El jardín familiar.

   Sentados todos a la mesa. Es la hora de comer. Es la hora de una gran comida, con la mesa toda repleta de gente querida.
   Con un dulce presente, representante del festivo día en el que alguien nació, razón por la cual estamos... estuvimos todos reunidos una vez.

   Habrá pasado qué, ¿18 años? Y parece mentira que, a día de hoy, sigas siendo tú la única persona que está de espaldas en esta foto.
   Quizás sea verdad que eres el espejo de la consecuencia de todo un dolor padecido por un fragmento de familia perdido, a la deriva, en el otro extremo de un charco inmenso.
   Solo. Fuerte, pero solo.

   Y si bien es verdad que con amor se cura todo, tal vez sea verdad que la falta del mismo queme y rompa. Y, ¿de dónde se saca tiempo para amar como es debido en medio de un desesperado acto de supervivencia? Es un acto de amor en sí mismo, sí, pero... ¿cómo le explicas eso al corazón de un niño?

  La tormenta hace tiempo que amainó, y los músculos poco ha que empezaron a comprender que pueden bajar la guardia; que se pueden curar.
   Ahora todos somos mayores y las preguntas son miles cuando ya no es necesario el instinto. Y abrir la corteza es fácil, pero reestructurar los ritmos internos es un arduo trabajo donde la aparición del pudor, los demonios, y las lágrimas está más que asegurada en el sendero.

   Es tiempo de curar nuestro jardín.

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