viernes, 8 de enero de 2016

El dormir en la luz: Sensibilidad y Realidad.

Nº 16

He descubierto en la luz la forma de descansar.
En la pasividad de un día de hoja en blanco y sin lápices,
donde el colchón es la mañana y la manta los susurros de viento.
Los rayos tímidos del sol me acarician el rosto, tibios,
y al entrecerrar los ojos, mis pestañas y la luz crean esferas de colores que empiezan a jugar.
He descubierto en la luz el momento idóneo para convertirme en paz.
Con todas mis balanzas acordes en el equilibrio.
Y en la música compuesta por el silencio, la oportunidad a mis pensamientos de posarse como polvo en el mundo. Y parar.
Un sencillo segundo que puede durar una eternidad.


Nº 19

No sé por qué,
pero en la luz del día es donde encuentro el descanso. Donde duermo sin fantasmas.
Y no es por cansancio alguno, no, sino por el equilibrio.
De algún modo, el día me invita con su luz a la despreocupación,
no tengo miedo, y el calor me regala sábanas limpias y fragantes donde reposar.
Como si todas mis angustias y mis debilidades
fueran invadidas por una energía cálida y optimista;
y, al desvanecerse mi dolor, mi cuerpo se relaja y duerme en calma.
Sin pesadillas. Sin despertares de madrugada.
Y ahora que llevo despierta desde las 5 de la mañana
y la luz rosada empieza a asomarse por el filo de los edificios,
el cuerpo me invita a ir recostándome progresivamente,
para después arroparme con los primeros, y aún adormilados, gorjeos de la mañana.

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