domingo, 22 de enero de 2017

La Emperatriz Popoktli.

   Decidme que despierte, y yo despertaré. Porque soy lo que vive después del fuego.
   Cándidas motas de polvo se deslizan lentas en el aire, como la muerte. Muerte, huele a muerte. Pero el sol brilla, y no parece ser el final.
   Los aires se respiran infestados de humedad y polvo. Las paredes de mi palacio, salpicadas de mensajes indescifrables, y en el suelo, retazos… La presencia invasiva y pesada del silencio me enloquecería de no ser porque soy emperatriz, y mi fuerza interna es íntegra e incalculable. Aun así… ¿Hola?
   Mi imperio… estaba aquí, hace un mísero instante. Épico, colosal, vivo. Hoy no es más que escombros mudos incomprensibles para mi entendimiento.
   Muerto. Está todo... vivo… pero moviéndose bajo una sinuosidad a la que soy incapaz de adecuarme. Yo… yo soy el granito de arena, único, sobreviviente de toda una masacre. Ajena a esta luz, a estas paredes, a los colores perdidos de esta antigua magnificencia. Mi magnificencia está muerta. Pero yo, yo estoy…
   Yo estoy viva. Quizá nadie hay aquí dentro, pero ¿fuera?
   He vivido durante largo tiempo. He vivido guerras, he vivido traiciones, odio, pero nunca el poderoso palpitar del miedo. Hasta ahora.
   La luz del sol brilla intensa y extraña. Nunca me había asustado por ser iluminada por un sol que siento desconocido. Y, mucho menos, jamás sospeché lo difícil que puede resultar enfrentarse a dar un paso.
   Hay algo sucio y ruidoso, casi inapreciable, en esta espesura. En estas ruinas.
   El acto de contemplar al que me doblegué sin consciencia ni resistencia en pos de aquel horizonte fieramente alumbrado disipó mi angustia durante un lapso de tiempo.
 Toda esta locura la desconozco. Piedras preciosas, brillantes, se movían veloces en la lejanía, unas detrás de otras, por un paisaje en acto distinto al horizonte donde yo habité. Había un ruido gris y mudo en el aire, en lontananza. Una energía desconocida se agolpó primero discreta y después violenta en mi pecho y garganta.
   Me entregué a su ordenanza, tal y como los chamanes me enseñaron, y comencé a danzar.
   Dancé en espiral, contenida en altura, como liebre desatada, dancé con el bamboleo epicéntrico del tornado. Dancé siendo dueña ninguna de mi ser, así como en ese momento lo era de mi imperio, del presente y del tiempo. Dancé privada del juicio, pero libre así de las ataduras de estar cuerda. 
   Este sol desconocido es más árido ahora, y su idioma lo ignoro. La calma después de la tormenta no me ha traído respuestas, sólo algo de paz… y nuevas preguntas.
   ¿Alguien me recordará? ¿Alguien recordará esa era? ¿Estaré muerta ahora en la historia? ¿Qué historias rondarán sobre mi reinado? ¿O reinará el silencio? ¿Es mi destino reinar en este silencio?


 *Silencio*


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