Ahí estaba... De pronto podía respirar casi con normalidad, y el escalofrío se desliza a través de la columna, relamiendo cada vértebra, tornándose la piel de gallina.
Desde entonces mi esternón pesaba 5 kilos más. Y yo volví a creer en la vida.
Quizá ese sobrepeso no sea más que el luto interno.
Quizá yo tengo que morir para volver a nacer.
Sea entonces mi fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario