domingo, 29 de enero de 2017

Las luces naranjas.

Esas luces naranjas, el centelleo del suelo húmedo, y el frío...
fueron suficientes para encender la memoria de mi estómago.
Y de mis lagrimales.
La cara se desformaba como máscara de la commedia dell'arte 
y la gotas amenazaban con surcar las mejillas.

Te eché de menos imperiosamente, de golpe y sin aviso,
como si todavía estuvieras a 5.000 kilómetros.
Y lloré de angustia como si no estuvieras ya a menos de 100 metros de mis pasos.

Y al abrir la puerta, tu figura cercana y cariñosa,
como si nunca te hubieras ido, como si nunca hubieras vuelto.

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