Esas luces naranjas, el centelleo del suelo húmedo, y el frío...
fueron suficientes para encender la memoria de mi estómago.
Y de mis lagrimales.
La cara se desformaba como máscara de la commedia dell'arte
y la gotas amenazaban con surcar las mejillas.
Te eché de menos imperiosamente, de golpe y sin aviso,
como si todavía estuvieras a 5.000 kilómetros.
Y lloré de angustia como si no estuvieras ya a menos de 100 metros de mis pasos.
Y al abrir la puerta, tu figura cercana y cariñosa,
como si nunca te hubieras ido, como si nunca hubieras vuelto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario