viernes, 24 de febrero de 2017

No son enemigas.

   Por el lazo de mi garganta,
enmudecida,
resbala la razón de mi aflicción.

   Me cubriría de tierra
para ver si mis inseguridades
se pudren convirtiéndose en abono,
o en algo que sirva.

   Creo que no hay un momento en mi vida
en que mi corazón y mi cerebro discutan tan fuerte,
y con balanceada violencia.

    Todos mis deseos
impulsados por el odio no son más que delirios
de mi corazón malherido.

   Y aunque la reflexión consciente
logre apaciguar las injurias de mi niña triste,
ya pueda morirme de hambre
que no hay bocado que se deslice por el tobogán.

   No hay niña
que quiera deslizarse por un tobogán.

   Esta presión en el miocardio
es el recuerdo
de un narciso repetidamente aplastado a pedradas
a partir de mis 9 veranos.

    Sé que no hay nada que decirte,
y nada hay que quisiera contarte.

   Tan sólo desearía ser
lo suficientemente diosa mía
para que me importaran un puto bledo
féminas contiguas.

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