lunes, 6 de febrero de 2017

Cotidianidad.

   El miedo atenaza debajo de esta fina piel mía,
que ni abriga ni ná.

   Recordándome que aún no aprendí a defender
mis más ocultas necesidades, por miedo al no fatal.

   Cuánto he tardado en reconocerte como espejo,
minino atigrado del constante lamento.

   Sin querer darme cuenta de que
como hijo adoptivo tú mamaste mi actitud.

   Te miro, y en el mirar tierno
descubro pesados mis párpados y pestañas.

   Quizá deba unirme al encanto de tus bigotes dormidos.
Y dormir, otra vez, menos horas de las que necesito.

   Tranquila, el paso de la expresión de mi necesidad ya fue dado,
pero no deben asustarme las lágrimas, pues sólo salen con un pelín con retraso.

   Y después de tantos días compartiendo el mismo aire,
aunque goce de un espacio acorde a mi aura, extraño el calor de tu abrazo nocturno.

   Nunca supe despedirme bien,
ni siquiera de un día que se acaba.

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