lunes, 13 de febrero de 2017

Alegría táctil.

   En un enfermizo mundo
donde la alegría de plástico enmascara
a las gentes,
sólo aquél que se amigó con su
vacío,
tendrá el valor de leer las tristezas que
yo escriba.

   Las tristezas no son bienvenidas
en esta era de pantallas,
como si no nos acecharan, esperando que despeguemos la vista de nuestra adicción.
Si nos dejamos llevar por el sol,
¿Por qué no dejarnos llevar por la lluvia?
No es sano comer sólo lo que nos gusta.

   Al menos tenemos consuelo en la
empatía del cielo con nuestro ánimo.
Nos jactamos de independencia
y nuestro buen humor es directamente proporcional
a la velocidad de la red.
Pero no somos más que eso:
sardinas apretadas en una gran red de consumismo.

   Creemos consumir,
cuando en realidad nos vamos consumiendo
como las últimas brasas de una espléndida hoguera
que fue un tiempo anterior.

   Anhelamos una aceptación que se manifiesta
a través de variados emoticonos,
que nos proporcionan un efímero estado de paz.
Pero con ello no hacemos más que hacer del mundo
un lugar aún más triste.

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