sábado, 17 de junio de 2017

Mirar de aceituna.


   No.

   No voy a necesitar más
las caricias de un fantasma
para amarme,
porque la estima
provendrá de la ventana
que refleja
la más real de mis miradas.

   Esa ceniza musgosa,
que me mira curiosa
cuando me miro,
me deja embaucada, y ahora
comprendo
que embauque a otros.

   Porque no se trata,
sólo, del misterio de sus aguas cenagosas;
y va más allá del delicado aleteo
de las pestañas.

   Es algo que se esconde
en el relucir precoz de sus ondas.

   Pero pareciera
que tuviera siempre que esperar
a la mitad de la tormenta,
y al filo del relámpago último
para recordar de nuevo
que el espejo
refleja esas dos aceitunas que esperan
para mirarme.

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