domingo, 13 de agosto de 2017

Diversos remolinos.


   Por dejar volar el centro
afuera,
y jugar con ese fuego,
me quemé.

   Y el día ya puede ser
el más hermoso,
que por mí ardería
toda la fe,
y gran parte de los hombres.

   Ya es la segunda vez
en esta misma jornada,
que adquiero azúcar en cantidades
que no suelo.

   Y ahora mi estómago
me recrimina.

   Cada día, desde que llegué aquí,
ha crecido una mala hierva
en mi pecho,
con cada mirada descarada y masculina.

   Y hoy, esa hierva se quemó,
y me hizo llorar.

   Porque era llorar o desatar la lengua
y con ello, tal vez,
por factor externo,
mi piel se tornara violeta.

   Prefiero vivir la tormenta
estando dentro de ella, si toca,
que andar persiguiéndome
por las esquinas,
como al conejo blanco.

   Este día tengo frío,
y calor y rabia,
y una advertencia en el dedo,
así como humedades en
los ojos.

   No quiero más condiciones,
y menos provinientes
de un poeta del aire
que se permite ser libre
¿pero no a mí?

   Aprender a decir adiós
a las cosas pequeñas
también es
importante.

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