domingo, 12 de febrero de 2012

La Lluvia.

Lluvia. Te empapa. Sientes las gotas de agua cruzando tu rostro como la corriente de un río que se va acelerando a medida que se acerca a la catarata. Te das cuenta. Estás solo. Y ella no está. Ella se fue. Ya nada es lo mismo. Sientes como el frío penetra tu cuerpo, y llega hasta la última fibra de tu ser, inundándote por completo. Quieres que este momento sea eterno. La lluvia, la soledad, cierras los ojos, levantas la cabeza hacia el cielo y abres los brazos entregándote a el mundo. Quieres que el momento te consuma, te lleve con el, al igual que el viento se lleva las hojas o los pétalos de las flores. Quieres ser pasto de aquellos que causaron tu dolor, ser su veneno, y que sientan lo mismo. Llegas a la cúspide de todos tus males y sientes un dolor tan infinito que no puedes soportarlo, pero que a la vez es reconfortante. Crees que han pasado horas cuando de pronto el dolor cesa. Entonces abres los ojos. y bajas los brazos a la par que la cabeza. A dejado de llover. Todo esta mojado. La calle, las farolas, los bancos, tu cuerpo, tu alma. Sin embargo levantas la vista al cielo y ves como como aquellos enormes nubarrones negros empiezan a disiparse para dar paso a un cielo azul cuyo sol deslumbra más que cualquier otro día que haya brillado. Sigues mirando al cielo. Cierras los ojos. Sonríes. http://www.youtube.com/watch?v=lhQsJhWyFIk

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