Brilla, vermello, esbelto como el sol.
Una fina piel, que resiste si no hay filo.
Una carne húmeda, y su esencia repartida
en su interior. Simétrica.
Después, unas mil semillitas color corteza de roble,
circulares, con la tripita abultada.
Sumergidas en agua de mar, que minuto a
minuto se eleva en otro estado.
Del color de la fruta con su nombre, y de cuerpo
prolongado en el espacio, se ve fragmentado en círculos
estrechos, y es añadido junto a casillas tridimensionales
de manzanas de tierra.
Finísimos y millones de punto blancos, el relleno de
un reloj de arena, añadidos a la ebullición de mar.
Incorporada también la polvareda de humo color
crepuscular.
Una vez todo junto, sólo falta que el tiempo
haga su tarea.
Al final de la encomienda, solo pones cuchara y servilleta
y te sientas a la mesa.
Buen provecho.
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