Me cuesta respirar despacito.
Darle tiempo al tiempo.
Trabajar como una hormiga sin mirar hacia el cielo.
Es el cielo el lienzo y las nubes, pensamientos.
Se deshacen y rehacen sin ser lo mismo de nuevo.
Y yo clavo, testaruda, una estaca en el suelo
donde izo la bandera de la idea en que me esmero
en detallarte, y te pido callarte. Lo siento.
Las ideas se me escurren; si hablo, no tengo tiempo
que perder, porque me pierdo,
se me pierden los conceptos al final de cada rama
de la que, sin pensar, me cuelgo.
Entonces pienso, ¿pero yo pienso lo que pienso?
¿El mindfullnes no será acaso de este caos mi remedio?
no te culpo si tu paciencia se consume,
no te culpo si al escucharme te da sueño.
Acaso quisiera, como lume, prender en
mi memoria un señuelo que despierte
a las neuronas que dormitan,
que se olvidan de que mi cerebro habitan
y, entonces, no cumplen su función.
Entrenar mi mente con sudokus será mi ambición.
Estudiar un idioma y desgarrar mi mente
obligándola a estar presente.
Despertar a diario su ilusión por aprender
cosas nuevas, y deleitarme en la
acción. Y llevarme una porción, aunque tarde,
del premio concedido.
No hay nada más que quiera dar por añadido.
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