jueves, 15 de febrero de 2018

Y sólo son las 10.30 a.m.


   Me aferro a una rosa blanca
que corona esta mesa
como si esta fuera capaz de
mantenerme a presente.

   En el vendaval que azota
el aire que respiro.

   Mi pecho grita mudo
"¡que se eleven anclas, me
hundo!", y yo escucho,
pero tengo tanto sueño...

   Aún tras la noche, a la que
limpiamente fui entregada,
mis párpados pesan, y sólo son
las 10.30 de la mañana.

   No tengo fuerzas ni para
terminar la suculencia
que rompe mi ayuno, aunque
fuera previamente roto con
pequeñas y coloridas piedras
humanas.

   Hay tantos nuevos personajes,
y 3 escenarios en los que me
desplazo, ya no solo delante
o detrás.

   Por el centro es donde veo el desorden,
todo fuera de lugar; y ya no sirven
los apaños.

   Repito: ya no sirven
los apaños.

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