martes, 13 de febrero de 2018

A tiempo.


   Es neblinoso todo mi
en derredor, pues la mirada es
perpetua hacia dentro.

   Hacia fuera la escucha,
fina, como un topo sin otra guía
más que aquella.

   Y, en el centro, la
reflexión como punto
de encuentro.

                   

   Los tiempos han cambiado,
y van más deprisa; las herramientas
de antes ya no sirven.

   Los jóvenes corremos,
desesperados, como si no tuvieramos
toda la vida por delante.

   Y los mayores, observan
desconcertados el aceleramiento
vertiginoso del mundo.

                   

   Se torna cada vez más
difícil aprender a escuchar el
ritmo vital de uno.

   No caer en el ruido ensordecedor de la
masa confundida, que gira y gira sobre sí,
hacia ningún lado, mirando solamente sus manos.

   Yo tuve que esconderme,
y aún gira en mí, atronador, todo el
ritmo azorado.

                     

   Este regalo, el silencio,
es mi más preciado escenario
para la danza de la curación.

   Y el tiempo. El tiempo natural puedo
aprenderlo a mi tiempo, con sólo caminar
a la par que el paso de las estaciones.

   El invierno se me hace
eterno. Qué suerte, eso significa que
todavía estoy a tiempo.

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