martes, 23 de julio de 2019

Volver a casa.


   Cerrar los oídos,
así como puedo cerrar los ojos,
y disponer de la sinfonía interna del propio pálpito,
me salvaría de tantas tensiones,
de tanto miedo.

   Dormir tranquila bajo el arrullo de mis vísceras
en lugar de la alerta hasta que todos apagaron
sus sonidos del día.

   No ser presa del diálogo externo,
la capacidad de diluir ese ruido entre mis pensamientos,
dejar de oír.

   
   Existe una tristeza enorme
en el estar en un sitio donde no quieres
y sin remedio a corto plazo.

   Y es una tristeza bien distinta a la de la soledad.

   Cierto miedo a los oídos abiertos
que me permitirán ser víctima de la risa
de aquel que dejó mi corazón sangrando.

   Sin embargo, también vi una luz que
en otra ocasión similar
no habría podido contemplar, y es que
en mí nació la frase nunca dicha:
quiero volver a casa.

   No sé a cuál realmente,
pero debe de haber una si fui capaz de expresar eso.

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