martes, 19 de agosto de 2014

Cuando hay fantasmas.

   Cuando hay fantasmas, pero no en la habitación.

   Cuando hay fantasmas, pero en tu cabeza.
   Cuando las sombras aparecen en los sueños cada noche, y en la mañana la realidad no es sino neblina tibia. Un espacio neutro de silencio y vacío que no causa otra cosa que terror. Y nos decimos: Quiero despertar.
   Cruzar el puente es más difícil esa mañana. Quizás bajar la escalera. A lo mejor, salir a la superficie.
   ¡Ay del que no lo logre! vivirá en un purgatorio el resto del día.
   Esos días, en los que los fantasmas son reales incluso fuera de nuestros sueños, donde nuestra cabeza se convierte en toda la realidad existente. Esos días en los que no podemos liberarnos.
   Y los fantasmas... no dejarán de perseguirnos si, en una pequeña y recóndita parte de nuestra alma, no queremos dejarlos escapar. Si en un rincón escondido todavía nos preguntamos: ¿Por qué?
   Y por eso aparecen, de forma esporádica; y la desesperación no te llevará a otra cosa que ser cada vez más presa de la emoción que te recorre por dentro como miel muy caliente.

   Hay algo que no me deja satisfecha, fantasma, y por eso no puedes marcharte. Pero tú no eres capaz de responder esas preguntas. Tampoco a quién representas podría. ¿Tendrás, entonces, que acompañarme toda la vida hasta que, tanto tú como tu realidad, sepáis responderme?
   Fantasma, es curioso. Te vi antes de que realmente existieras. Tu imagen fue previa a conocerte dentro de aquél que representas; quizás te vi flotando alrededor de aquél niño.
   Fantasma, te quiero porque no me haces daño de verdad. Sólo eres bruma.


   Cuando hay fantasmas, pero no en la habitación.
   Cuando hay fantasmas, pero en tu cabeza.
   Cuando hay fantasmas, y hay abandono...
   ... entonces tú eres fantasma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario