domingo, 20 de julio de 2014

de la Margarita y sus amores.

De su dorado vientre brotaban las blancas faldas de su vestido,
y del mismo brotaron pulguitas de ínfimo tamaño.
Pulguitas que en un principio no hacían daño
y que a la larga revestirían toda su luz de frío no bienvenido.

Pero de ello nuestra dulce enamorada nada sabía, pero poco le falta
para descubrir la verdad de los efímeros amores.
Que son en extremo empalagosos, de amplios sabores
al principio, y después, sin darse cuenta, se encuentra al borde de una cascada alta.

Ella aún mira con ojos acristalados a su amante de agua condensada,
de levita cambiante de blancos y grises, y de fresco matiz.
Él le manda una sonrisa desde lo alto de su ruta, feliz;
tampoco termina de comprender que algo como lo suyo siempre acaba.

En flashback retrocedemos, nosotros, espectadores del nacimiento de su perecedera unidad.
No más de la madrugada fresca, despierto ya su rostro con rocío,
cuando distingue a través de sus pestañas, traída por viento frío,
una figura cambiante en el cielo, cuya mirada choca con la suya, de entre miles, y crea intimidad.

Y así como llegó instantes atrás, la brisa, guía de su gran manada húmeda,
no baja el ritmo y mantiene la marcha del viaje,
y la triste flor, que sin dudar pagaría peaje,
se mantiene en su puesto viendo marchar a su amado, con melancolía muda.

Al final de cada día que recuerda a su fugaz enamorado, deja caer uno de sus blancos mantos
y un día significa que sí la quiere, y al siguiente lo contrario.
Sus amigas y hermanas contemplan horrorizadas dicho escenario,
pero decidida está nuestra joven damita a mantener hasta el final sus indecisos y silenciosos cantos.

Y hasta el momento no sabemos si su último mantito le dio dicha o murió de pena,
lo que si sabemos es que su Nube la sigue buscando,
y cuando la desesperación se le acumula, termina llorando
tormentas. Enamorado para siempre, como Romeo de su Julieta; como Paris de su Helena.

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