Y ese fue el principio.
El primer día que la cabeza le dijo al corazón - Bueno, ya está. Descansa un poco. Ahora me toca a mi.
Y no hubo pesadillas. Sólo un yunque en el esternón que iba perdiendo fuerza a medida que la sensibilidad se abandonaba al sentido.
Con la puerta cerrada a la espalda y largos y fuertes suspiros, el dolor de cabeza remite y el presente está vivo.
No estoy sola, estoy conmigo.
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