Era más de medianoche,
y su respiración ya estaba tornándose plácida.
Y con las sábanas hasta el cuello,
y medio somnoliento,
me quitó las lágrimas y aplacó mis miedos a besos.
Pequeños, cortos,
como rayos de luz deslizándose entre las hojas.
Allí, me dijo que me quería,
consciente e inconscientemente.
ofreciéndome con ello un lienzo blanco
en lugar de pesadillas.
También me dio un amanecer tibio,
mucho más dulce que otros.
Y con su marcha ordené por fuera,
siendo, el eco, el orden de mis órganos e ideas,
que aún permanecen vagas.
Mi voluntad se dejó domesticar hoy,
y pude volver a casa...
Pero hoy es como si el reloj no tuviese arena.
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