miércoles, 1 de octubre de 2014

Reflexiones de espuma y sal.

   En un inmenso calor, sumergida, yergo mi cabeza y me veo rodeada de unas montañas de nieve caliente con laderas de diamante. Mis mejillas están encendidas.
   Levanto mis manos con lenta ascensión y separando los dedos que comprenden con la nieve unas manos de rana; unidos los dedos con membranas de micropompas transparentes.
   Apenas soy capaz de prestar mi atención al murmullo de acordes que resuenan. Es una melancolía dulce, de eco, y la transición dentro-fuera de la humedad condensada crea formas nuevas de escuchar; cambia el concepto. Deforma la idea.
   El calor que se concentra en mi cabeza me produce una sensación de agobio tan mínima que resulta hasta agradable estar atada. Gotitas calientes que resbalan de las sienes, en contrapunto.
   En las paredes se ha creado un fino papiro opaco y blanco que llora cuando se dibuja en él.
   Y yo simplemente levanto mis miembros sin objetivo ni meta alguno, sin sentido, sin coherencia, sólo por el movimiento. Sigue la sangre corriendo por mis venas, llega tarde al trabajo.
   Al tiempo que el tiempo pasa, mi cabeza da vueltas como una peonza de infinita inercia. Y la desaparición de las montañas se produce lentamente, sin llamar la atención, como un niño se escabulle con su golosina entre las manos.
   Pasado el tiempo me sorprendo observando la edad en mis manos, cerrando y estirando las palmas como hojeando el mapa de mi historia. Veo su fuerza a través de las arrugas.
   Cierro los dedos sobre sus yemas; aprieto. Pulgar encima del resto; giro un poco la muñeca. Paseo mis dedos por las laderas y montes de los meses sin fijarme en cuánto tiempo recorro.
   He abierto mis manos y he unido sus perfiles a fin de crear un cuenco el cual elevo hacia la luz. Las manos brillan, arrugadas... ¿veré igual el camino al cielo?
   Las montañas se han desvanecido, ya no quedan más que algunos minúsculos icebergs flotando en aguas que, aunque turbias, se mecen tranquilas. Y la música está tan baja que ni siquiera crea ondas en el agua.
   Se ha extinguido la música, y con ella el tiempo.
   Me siento mejor que al principio, y mi cabeza tiene ya algunos andamios de reparación.
   Al menos, ya no sangro.

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