lunes, 30 de junio de 2014

Dos estelas paralelas de hierro y acero.

Es fierro interminable
a los ojos humanos.
Dos hojas de sable,
son sus pies, son sus manos.

Comprende entre las millas que separan a la masa
y patinando con suave cosquilleo,
el tiempo pasa.

Momentos asfixiantes
intercalan momentos vacíos.
Pero, ¡qué diantres!
¡todos ellos son míos!

Los colores que empapado han el cielo que nos mira
tiñen de emoción las experiencias.
Luz que se estira.

Demos paso a su final,
ya que admitimos un comienzo,
que, como río en su canal,
pintó historia en nuestro lienzo.


   Jadeante de vapor, comienza su marcha. Chirriantes sus pasos, como cuchillas en el hielo se deslizan. Sería tu bella musa, de no ser porque se escapa, siguiendo un destino escrito por el hombre.
   ¿Qué le queda, más que el tiempo y su cambio? Cada amanecer corre fresca y cada atardecer muere de tristeza. Igual a todas sus hermanas, es una y mil.
   Su resignación transporta sueños, angustias, ligerezas y pasiones. Cada día transporta una mitad que nunca cambia y otra mitad constantemente renovada. Y flota dentro de sí la mescolanza de perfumes de las razas. El caótico canto de lenguajes intercalados.
   No tiene un hogar. Tiene mil hogares efímeros.
   Su rumbo ya escrito es siempre el mismo cuando es una, y siempre diferente entre hermanas. Recorrerá las mismas líneas hasta el final de su tiempo. Quizás alguna mano traviesa lave su piel de colores sucios y rápidos y, por un instante, será única. Pero no tardarán los autómatas en reconvertirla idéntica a su idea original.
   Ella sólo espera cada día el beso del aire, la caricia de la luz, y la intelectualidad de un humano nuevo. Cada día, espera que su jadeo tenga sentido una vez más.

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