domingo, 18 de marzo de 2012

El Amanecer de la Rosa.

La rosa sintió algo frío, húmedo. Entreabrió un ojo y pudo ver que se trataba del rocío, que eran las lágrimas de despedida que lanzaba la luna cada noche al mundo para darle la bienvenida al día. Abrió los ojos de par en par mientras veía como la luna lloraba su adiós al resto de las flores del mundo. Sonrió y cerró los ojos. Los abrió de nuevo. Vio cómo la línea del horizonte se teñía de color rosado y cada vez había más luz de manera que el rocío de la luna formaba hermosos arcoiris. Poco a poco el resto de las flores se fueron despertando, unas con risa por las cosquillas que le hacían las lágrimas de la reina de la noche, otras malhumoradas por no haber dormido bien gracias a que un grillo apasionado se había pasado la noche en vela deleitando a las pobres flores que sólo querían dormir con sus sonatas y conciertos. La Rosa, reía. Reía de felicidad por poder disfrutar todos los días de tan delicioso espectáculo. Miró nuevamente al horizonte cuyos colores eran cada vez más anaranjados y las nubes formaban hermosas figuras mientras jugaban con el viento, que las perseguía picarón. Cuando empezó a salir el sol, este comenzó sólo asomando la frente, con timidez. Pero se fue armando de valor y poco a poco, con recelo, fue haciendo su aparición en el mundo de manera que sus rayos entibiaban los ríos, acariciaban a las montañas y susurraban a los viejos y sabios árboles palabras hermosas para despertarlos. El bosque, el continente se despertaba. Se desperezaba lanzando bostezos que sacudían las copas de los árboles despeinándoles. La abejas empezaron a visitar a las flores a comprarles su néctar y a limpiarles el polen. Hablaban y reían entre ellas mientras hacían la compra para después despedirse de ellas prometiéndoles que al día siguiente volverían a visitarlas. Las Hermosas e inocentes mariposas revoloteaban divertidas al rededor de las flores. La brisa, de la mano del viento, coqueteaba y reía nerviosa mientras trataba de ocultar su emoción. Ver todos los días ese baile tan perfectamente sincronizado que era la vida era conmovedor, extasiante... y la Rosa observaba la danza con ternura de madre. Miró al sol, y este le sonrió dedicándole un guiño.

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