sábado, 21 de enero de 2012

El muro.



Abro los ojos y me incorporo. Observo lo que me rodea. Estoy dentro de un gran terreno circular con unos altos muros de hierro. Aquel lugar está lleno de cosas, miles y miles de cosas, del techo también veo como cuelgan, hasta en el aire… allí están flotando todas las preguntas, todas las dudas y todas las respuestas hipotéticas que crea aquella especie de “mente” que se encuentra en lo más alto de esta enorme habitación. Atravieso aquel lugar rodeando todos los objetos y esquivando las preguntas sin respuesta que murieron hace tiempo y que ahora vagan, solitarias, por todo aquel espacio. Me acerco a las paredes y coloco la palma de mis manos en ella. Está fría, y muy dura. Doy tres golpes. Parece fuerte. Voy siguiendo la pared arrastrando una mano por su superficie. Camino durante largo rato hasta que me doy cuenta de que he vuelto al mismo lugar donde empecé; había dado toda la vuelta, pero no había puerta. Miro hacia arriba, pero no hay ventanas. Noto un cierto temor nacer dentro de mi… seguido de la angustia. Empiezo a golpear las paredes primero suavemente y después aumentando la fuerza. Recorro aquella única pared circular corriendo en busca de alguna rendija, de algún hueco. Horas y horas recorro el lugar, pero… ¿cómo es el tiempo en este lugar? ¿Hay horas, minutos, segundos…? Estoy inmersa en una especie de oscuridad, pero curiosamente veo todo perfectamente, como con los ojos de un gato. Es una oscuridad continua, y hace frío. Me siento con la espalda en la pared y me hago un ovillo. Despierto; no sé cuánto tiempo he dormido, si diez horas, 20 minutos o 3 segundos. Todo sigue igual, oscuro, desordenado, triste y frío. Me incorporo y sigo buscando observando con atención la pared de hierro. Pasa el tiempo y ya empiezo a sentir miedo, quiero salir de aquí. El miedo me lleva al enfado, que me lleva a la ira. Con violencia trato de agarrar alguno de los objetos que allí permanecen para estrellarlos contra la pared, pero es como si fueran incorpóreos, como fantasmas, mi mano los atraviesa como si agarrase aire. La sorpresa me quita durante unos instantes toda la furia, que después vuelve de golpe y con más fuerza. Grito, chillo, doy golpes contra las paredes, pateo y vuelvo a chillar. Sigo así durante un rato, pero mis fuerzas no son inagotables y me derrumbo, agotada e impotente.


Algo me despierta, algo tibio roza mi mejilla. Abro los ojos y veo un rayo de luz. De un salto me incorporo y acerco el ojo a la rendija, aunque instantáneamente mis ojos se cierran protegiéndose de la luz, acostumbrados a la continua oscuridad. Poco a poco se abren y ven tanta luz, tanta claridad, todo es hermoso, pero el agujero por el que la luz pasa es demasiado pequeño aún. Es entonces cuando la chispa de la esperanza nace en mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario