Estoy descansando en mis orillas
como quien estuvo nadando toda la noche.
En aguas gélidas.
Que queman.
Que abras(z)an.
Despierto en la isla desierta de la lucidez,
desterrada a propósito, siendo ese mi propósito:
mi destierro.
Mi destierro del mar bravo
de la incertidumbre, de los grandes frentes.
Buscando un descanso.
Una madera flotando
en medio de este monzón.
Siento en mis músculos el dolor
del desbordamiento.
Siento en el cuerpo la incapacidad
de dar cabida a tantísimo sentimiento.
Y se va llenando, mi mente, cual pecera,
hasta que la claridad se difumina.
Ya no puedo verte, amor.
No puedo verme ni a mi misma.
Esta tormenta me obliga a abismar.
Descubro las fuerzas internas
una vez pasó la ráfaga helada y, sin saber cuándo ni cómo,
ya accioné.
Odio estas tormentas,
como odio las reglas de esta vida;
como odio las características de mi personaje.
Busco la paz.
Creo que morí, y estoy en un largo pasillo
con una luz al final.
Espero que esta vez, en lugar de en ser humano,
reencarne en flor.